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Cuando alguien me pregunta cuál es mi opinión sobre el Racing Primavera, tras haber visitado al club brasileño hace ahora poco más de seis años, ... siempre cuento lo mismo: lo que nos vendieron aquí –crear una escuela de fútbol en Brasil para nutrirse de talentos y hacer negocio– fue el mismo discurso que escuché allí. Pero las cuentas no cuadraron ni a un lado ni al otro del Atlántico; razón por la cual, entre otras cosas, Francisco Pernía se sentó estos días en el banquillo de los acusados. Llegué a las modestas instalaciones del equipo paulista rodeado de parte de mi familia, que residía por entonces a poco más de dos horas en coche de Indaiatuba. Me recordaron a las del Buelna, el equipo de mi pueblo (Los Corrales), en la mitad de la década de los ochenta.
Una vez dentro, me dirigí a la primera persona que vi. Un hombre que fumaba con parsimonia un pitillo mientras maldecía el estado del césped. Luego me dijo que era uno de los consejeros y también el jardinero. Continué, acompañado por mi cuñado Fernando, hacia la modesta oficina donde me esperaba el presidente, Sergio Luiz Trinca, y su hermano, Rafael. Tadeu Leite había fallecido, me relataron. Era el dueño de 'Master Freios', el taller mecánico donde el Racing facturó casi 80.000 euros. «Era porque el club estaba en quiebra y si entraba algún ingreso nos lo quitaban», se justificaron. A medida que transcurría la conversación –charlamos durante casi una hora– noté que las preguntas comenzaban a ser incómodas. Rafael, que era el que trataba de amortiguar mis dudas y modular las respuestas, cortó con educación la charla. Fue poco después de que saliera el nombre de Magú, un famoso representante de futbolistas. Mano derecha de Pernía y «su socio inmobiliario en Brasil», me aseguraron.
No pusieron inconvenientes para que sacara fotos y visitara las obras que había llevado a cabo el Racing: un comedor bajo una cubierta donde algunos chavales almorzaban a esa hora y una amplia cocina. Poco más. También me mostraron el cubículo donde dormía Iñaki Urquijo durante sus estancias, que se hallaba debajo de la única grada. Antes de marchar, regresé para despedirme del hombre que vi al entrar. «No te creas nada. Se gastaron como mucho 500.000 reales (unos 250.000 euros de entonces)», afirmó rotundo Alvi Pereira de Lima, que era como se llamaba. Tampoco habló bien de Magú. «Él y Urquijo manejaban todo... Y no jugaron limpio», sentenció con misterio. Después rodeé por fuera el estadio en coche. Una de las esquinas albergaba un edificio deshabitado. 'Bingo Primavera' aún se podía leer en el rótulo de la fachada. También allí la ruleta le debió sonreír a alguien.
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