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Hay que doblarse para pasar bajo el pastor eléctrico, frente al pequeño cementerio con su relieve ornamental de calaveras solanescas; escalar la empinada pradera sorteando ora boñigones de vaca ora dentelladas de escajos; y finalmente alcanzar la ruina desatendida, las hoscas bardas y altas hierbas ... que asedian, en la cumbre de la colina, la iglesia de San Martín, fantasma de piedra con dos campanas y una placa informativa deslucida por la luz.
Desde este resto de románicos y góticos de antaño, y de ostrogodos de hogaño, ya cumplido su tránsito de la repoblación medieval a la despoblación contemporánea, se tiene una espléndida vista de parte de la montaña palentina en torno a Cervera de Pisuerga. A sus pies, el pueblo de Rabanal de los Caballeros. Fue allí abajo donde un primero de mayo de 1806, reinando Carlos IV, una bilbaína descendiente de un solar de Amorebieta, Francisca Zamalloa, dio a luz al pequeño Modesto, que había concebido de su esposo Manuel Lafuente, médico rural oriundo de Olea de Boedo, al oeste de Herrera.
Recibió Modesto una educación esmerada, primero en los agustinos de Cervera, donde «aprendió las primeras letras y la lengua latina con singular despejo», y después en el seminario de León, donde inició una brillante carrera de estudios que le llevó a la docencia hasta 1836. Entonces renunció al porvenir de hombre de Iglesia y como liberal se dedicó al periodismo y la política. Al año siguiente, crea la revista satírica Fray Gerundio, que, tomando un personaje del dieciochesco jesuita padre Isla, empleará como mecanismo de crítica social y promoción del liberalismo templado. Tanto el fraile exclaustrado por la desamortización del ministro Mendizábal como su compañero Tirabeque se hicieron enormemente famosos en la España del momento, que agonizaba de falta de autoestima después de cinco años de durísima guerra civil, la primera carlista. Lafuente fue llevado a Madrid por su editor, casaría con la hija de este y en las capitulaciones matrimoniales constó que había atesorado un millón y medio de reales.
Con esta rentable vis cómica, pocos motivos había para esperar de Modesto Lafuente la tarea titánica que se impuso: escribir en serio, y nada menos que una historia general de España, que sustituyese a la del padre Juan de Mariana, que tenía ya dos siglos largos. A partir de 1850, fue este palentino erudito, ocurrente y orador, quien contó a los españoles su historia «desde los más remotos tiempos hasta nuestros días». Medio siglo después llegaría la historia de Rafael Altamira y, más tarde, la colectiva dirigida por Ramón Menéndez Pidal. Pero la imagen que España tiene de sí misma, incluido el concepto de la Reconquista, sigue brotando esencialmente de la misma fuente liberal y católica que redactó las aventuras de Fray Gerundio y Tirabeque, y que, al parecer, quería hacer a posteriori una versión satírica de algunos personajes de la 'Historia General'. Pero en 1866 le llegó su hora y nos privó de disfrutar de ese retorno a la seriedad de la sátira. No deja de ser intrigante su posible remoto parentesco con los Zamalloa de Mondragón, entre ellos Esteban de Garibay y Zamalloa, autor del primer compendio moderno de historia de España y que se presentaba como «cántabro de nación», siendo guipuzcoano y euskaldún. (Lafuente elogia a Garibay entre sus predecesores).
Uno de los discursos o 'capilladas' de Fray Gerundio nos presenta a Santa Teresa en éxtasis, mano a mano con Dios, un día en que éste andaba «de buen humor y, como suele decirse, para hacer gracias». La santa aprovecha a pedirle para los españoles: ortodoxia, fertilidad de la tierra, fortuna militar, ingenios para las ciencias, un Gobierno moderado y justo… «Concedido, Teresa», es la invariable respuesta. Pero entonces la santa abulense se viene arriba y solicita: «Haced, Dios mío, que los españoles tengan unión, cordura y docilidad para dejarse gobernar, y que se fijen de una vez en la forma de gobierno que les parezca más justa y equitativa, sin dividirse en bandos y partidos». A lo que fue replicado: «Teresa, vete a la M… que ya me tienen 'gerundiado' en este punto, y me canso de lidiar con ellos sin adelantar un paso». En esto salió la santa del éxtasis «y así se quedó la cosa».
Lafuente atribuía en parte a la geografía y en parte a las numerosas invasiones de la península esto del individualismo, la indisciplina y el faccionalismo: el tener «abundancia de intrépidos guerreros», pero «escasez de hábiles y entendidos generales». Quizás algunos rasgos de aquella vida española sigan operando en nosotros, por debajo de nuestro último medio siglo de urbanización y americanización, como una herencia de valores antropológicos. El actual bloqueo de la investidura de un presidente del Gobierno parece avalar la idea. Llevamos cuatro años de enredos, y no sólo por testarudez de la política, sino también por enroque numantino de los votantes. El censo electoral tiene no menos 'hooligans' que ciudadanos, y acaso más.
Para Cantabria todo esto es de una gravedad inocultable. Ha sido una comunidad especialmente dañada por la inestabilidad central, que además sucedía a un periodo de ajuste económico. Si ahora se prolonga la situación, el perjuicio puede ser notable. El ministro Ábalos advirtió en la UIMP que, para que sea «factible» el compromiso con Cantabria, tiene que haber Gobierno y Presupuestos. Es decir, que no sabemos si será factible, ni cuándo. Pero con el hilo de este sideral desconocimiento se han tejido todas las esperanzas del mandato autonómico que hoy se inaugura, e incluso de algunos municipales. ¡Ahora que teníamos por fin la bisagra, la que falta es la puerta! Si no aparece este verano, les prometo un discurso de Fray Gerundio, con latinajos y todo, y un diálogo con Tirabeque. No está Rabanal tan lejos de Liébana y Polaciones: apenas una veintena de kilómetros.
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Ana del Castillo
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