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Ignoro si hice bien o mal, pero el domingo me tomé la molestia de ver por televisión al Fuenlabrada. El partido se jugaba a la hora de los blancos y las rabas, justo antes de la comida, así que esa liturgia dominical tan nuestra se ... vio ligeramente trastocada por el choque que enfrentaba al conjunto madrileño ante el flamante líder, el Cádiz. Me pareció una buena toma de medida de lo que el Racing se va a encontrar esta semana. Digo que no sé si hice bien o mal porque las rabas se me atragantaron en el gaznate a las primeras de cambio. Y es que comprobé que la plantilla del Fuenlabrada apenas había sufrido variación alguna con respecto a la que visitó Santander meses atrás en Segunda B. Los mismos. Ni se han vuelto locos fichando futbolistas maleados que están de vuelta ni han regalado cartas de despido por doquier. Sencillamente, han confiado en lo que ya tenían. Y no sólo eso. Lo que verdaderamente hizo que se me subiera el blanco a la cabeza fue comprobar la enorme intensidad con la que el Fuenlabrada apretaba a los de Álvaro Cervera. Qué presión, qué manera de meter el pie y qué forma de llevarse todos los balones divididos, de ganar eso que Cristóbal Parralo llama «los duelos». Todos para ellos. Qué envidia, en definitiva. A los veinte minutos ya tenía una cosa clara: si el equipo madrileño empuja hoy de la misma manera, el Racing, tan blandito en todas las facetas del juego, apenas tendrá posibilidad alguna de sacar algo positivo. Menos mal que el fútbol es tan imprevisible.
Lo que ha dejado de ser una sorpresa desde hace semanas es el boquete de dimensiones siderales que el equipo cántabro exhibe en el centro de su defensa. Un fallo en el marcaje por aquí, un salto insuficiente por allá y una cobertura a la que no se llega un poco después. La sangría de puntos que están provocando los errores individuales en la retaguardia lastra al equipo de manera casi condenatoria al descenso. Y me vuelvo a hacer la misma pregunta: ¿de verdad Óscar Gil, condenado al más absurdo de los ostracismos, es tan malo que no merece ni un minuto ante los repetidos despropósitos de ambos centrales titulares? ¿Ha valido la pena echar de Santander a Gándara, formado en las categorías inferiores, que con 22 años tiene todo el futuro por delante para hacer hueco a Alexis y Figueras? ¿Les parece a los responsables del club un planteamiento serio de viabilidad para un club inmerso en concurso de acreedores? ¿Es que Gil y Gándara, juntos o por separado, no podrían aportar lo mismo que estamos viendo con un coste económico tremendamente inferior? Mejor pido otro blanco. Lo del Racing este año resulta complicado de digerir.
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