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Ignoro si hice bien o mal, pero el domingo me tomé la molestia de ver por televisión al Fuenlabrada. El partido se jugaba a la hora de los blancos y las rabas, justo antes de la comida, así que esa liturgia dominical tan nuestra se ... vio ligeramente trastocada por el choque que enfrentaba al conjunto madrileño ante el flamante líder, el Cádiz. Me pareció una buena toma de medida de lo que el Racing se va a encontrar esta semana. Digo que no sé si hice bien o mal porque las rabas se me atragantaron en el gaznate a las primeras de cambio. Y es que comprobé que la plantilla del Fuenlabrada apenas había sufrido variación alguna con respecto a la que visitó Santander meses atrás en Segunda B. Los mismos. Ni se han vuelto locos fichando futbolistas maleados que están de vuelta ni han regalado cartas de despido por doquier. Sencillamente, han confiado en lo que ya tenían. Y no sólo eso. Lo que verdaderamente hizo que se me subiera el blanco a la cabeza fue comprobar la enorme intensidad con la que el Fuenlabrada apretaba a los de Álvaro Cervera. Qué presión, qué manera de meter el pie y qué forma de llevarse todos los balones divididos, de ganar eso que Cristóbal Parralo llama «los duelos». Todos para ellos. Qué envidia, en definitiva. A los veinte minutos ya tenía una cosa clara: si el equipo madrileño empuja hoy de la misma manera, el Racing, tan blandito en todas las facetas del juego, apenas tendrá posibilidad alguna de sacar algo positivo. Menos mal que el fútbol es tan imprevisible.

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eldiariomontanes El blanco y las rabas