Bofetadas de realidad
CRÍTICA / RULO Y LA CONTRABANDA ·
Sin más artificios que la música en directo, Rulo recorrió pasado y presente en Madrid con el corazón en la mano y la complicidad por banderaSecciones
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CRÍTICA / RULO Y LA CONTRABANDA ·
Sin más artificios que la música en directo, Rulo recorrió pasado y presente en Madrid con el corazón en la mano y la complicidad por banderaEn una semana que había venido marcada por sesiones de títulos raros, en una época en la que priman –y se premian– el autotune y letras que son imposibles de descifrar ni siquiera con un diccionario en la mano, en unos tiempos en los que ... el negocio parece ser el único leitmotiv de muchos de los protagonistas de la escena, da gusto reconciliarse con los directos, la esencia de la música, allí donde no hay artificios posibles para engañar a nadie y el artista se presenta desnudo ante su público con su saber hacer –y el de sus compañeros de banda– como único argumento para afrontar el desafío, diferente cada noche. Y fueron muchos –cerca de 10.000– y de muy diversa procedencia –sus banderas y carteles les delataban– los que se subieron de forma entusiasta al 'carro' –de ninguna marca patrocinadora– de Rulo en Madrid. Todos ellos vibraron ante la certeza de que se encontraban en una cita especial.
Por ser la última de la gira, por llenar el aforo del WiZink Center y porque el músico cántabro puso todo de su parte para que el recuerdo compartido de esa noche perdure en el tiempo, la memoria y el corazón. Porque si algo caracterizó 'clara-mente' el concierto fue precisamente esto: una veintena de temas interpretados con el alma para recorrer sus etapas en La Fuga y con la Contrabanda durante los últimos 25 años. Desde 'La cabecita loca' hasta '32 escaleras', desde el rock a los medios tiempos, desde el calambre a la caricia, desde la pasión juvenil a la madurez vital y artística, la actuación fluyó con la magia del cara a cara, del piel con piel –¿puede haber mayor éxito que este?–, del intercambio de sentimientos y recuerdos, sin ordenadores, pantallas ni filtros de por medio. Rulo y los suyos repartieron así, una tras otra, bofetadas de realidad. O de rechazo de una realidad –no solo la musical– 'salpicada' por golpes de efecto artificiales, debates estériles y exhibicionismo barato.
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La cita alcanzó su momento álgido –como no podía ser de otra manera– durante la interpretación, con el público totalmente entregado –sí, aún más todavía– de dos himnos como 'Por verte sonreír' y 'P'aquí p'alla', coreados hasta el infinito de forma cómplice en una simbiosis entre banda y público convertida en reivindicación de uno de los mayores artes jamás inventados.
Dos temas con la luna como testigo que, por otra parte, anunciaban ya los peldaños finales del concierto. Un momento que nadie quería ver llegar, con la esperanza de que se alargara al menos un cuarto de siglo. Porque sí, la vida es menos aburrida dentro de una canción...
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