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El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, urgió ayer a sus socios de Junts a que resuelvan «con celeridad» sus dudas y debates sobre su permanencia en el Gobierno de coalición. Mientras, los neoconvergentes reclamaban al líder de ERC una propuesta para mañana mismo que ... zanje la crisis de cara a formular el lunes la pregunta con la que consultarán al respecto a sus bases. La profunda fractura abierta entre los dos principales actores del independentismo catalán hace insostenible el Ejecutivo que comparten. La transferencia de responsabilidades entre ellos sobre un bien tan básico como la estabilidad de las instituciones resulta desasosegante para los ciudadanos y para la propia militancia partidaria. Pero, sobre todo, retrata al secesionismo en su conjunto, incapacitándolo ante un número creciente de catalanes como opción fiable para la administración de los intereses comunes a la inmensa mayoría.
La fulminante destitución del vicepresidente Jordi Puigneró, de Junts, no fue un golpe de autoridad definitivo, sino la enésima prueba de fuerza a la que bien podrían seguirle muchas más por cada bando de un Gobierno imposible. El president ha argumentado que la Generalitat debe ponerse al servicio de los ciudadanos en una situación social y económicamente tan comprometida. Pero no es fácil que el independentismo se sienta concernido por la llamada, ante la gravedad del momento, cuando especialmente ERC llegó a priorizar la importancia de la declaración unilateral de independencia frente a las urgencias que presentaba la gobernación del país.
Hoy, en el quinto aniversario del referéndum ilegal de 2017, Aragonès tiene la oportunidad de mostrarse consecuente con las admoniciones que ha dirigido a sus socios de Junts después de que le indicasen que debiera someterse a una cuestión de confianza parlamentaria. Él será la única figura institucional que se pronuncie solemnemente sobre la efeméride. Bastaría con que no sublimase aquella consulta como fuente de legitimidad para mantener la independencia como objetivo central de su Gobierno. Bastaría con que, soslayando el tema, relegara la secesión a lo que es: una aspiración partidaria. Pero si recurre al victimismo del 1-O y reduce el sentir de los catalanes al logro de un Estado propio a través de una consulta a pactar con Madrid solo en primera instancia, habrá que concluir que ni es capaz ni está dispuesto a salir del bucle que comparte con los de Puigdemont.
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