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Julio no necesitó estar crucificado al lado de Cristo para ser considerado un buen ladrón, mejor dicho, un buen atracador. El hombre entró en una sucursal bancaria de Guipúzcoa armado con una pistola y apuntó al director exigiendo el dinero de la caja. Imagínense ... el panorama. El atraco salió mal, o salió bien, depende de por dónde se mire, porque el bueno de Julio terminó con sus huesos en la cruz del centro penitenciario de Burgos, donde se ha pasado el tiempo meditando sobre sus actos y su adicción a las drogas. Esa meditación le ha llevado a cartearse con Ana Botín para pedir perdón al director del banco que, por cierto, se llevó un buen susto cuando descubrió que la pistola no era de juguete. La presidenta del Banco Santander, Ana Botín, ha tenido el detalle de propiciar una reunión por videoconferencia entre el reo y el director bancario dentro de un programa de justicia restaurativa que se han inventado desde Prisiones.
Es cierto que, como dice el escritor catalán, Gil Bejes Sampao, perdonar a quien no nos pide perdón puede ser hasta una impertinencia, por eso es difícil de comprender cómo se torea a esa justicia restaurativa con golpistas o asesinos que salen de la cárcel sin ningún tipo de remordimientos, unos para sacar pecho por sus actos delictivos en plena campaña electoral, y otros para aliviar su grave enfermedad, mientras el buen y arrepentido atracador sigue entre rejas.
La ejemplar conducta de Julio de pedir perdón para restaurar su conducta, también la podía seguir el propio banco, porque no iría descaminado quien calificara de abuso la voluminosa subida de comisiones que se anuncian por mantener una cuenta corriente en el banco. Julio escribió una carta, así que otra de carácter conciliadora de la entidad bancaria a sus clientes, para explicar los motivos de tanta subida por tener nuestro dinero, sería otro gesto loable, como el del buen atracador.
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