Secciones
Servicios
Destacamos
El buen humor es la capacidad de encajar serena y valientemente los momentos duros de la vida. El buen humor nos hace ver con ... una serena distancia la realidad que nos ha tocado vivir. Es la actitud de poner las cosas en su sitio, de relativizar lo que habíamos hecho absoluto, de reírnos de nuestras propias conquistas y, sobre todo, de reírnos de nosotros mismos. Para ello hace falta mucha sencillez y humildad de espíritu. Sólo es alegre -y no simplemente está contento- el que reconoce su finitud, se abre a los otros y no se queda encerrado en su autosuficiencia. Por eso los principales obstáculos para el buen humor son el orgullo y el amor propio. Sintiéndose insatisfecho de sí mismo, quien tiene buen humor, no se desprecia y se mira con cariño.
También el sentido del humor consiste en comprender el punto de vista del otro y, a la vez, ser creativos ante situaciones comprometidas. Esto impide huir del contrario o caer en el resentimiento. Para ello se requiere saber medir las palabras, controlar los silencios, poseer elementos positivos en nuestro interior y sujetar las riendas de uno mismo. Con sentido del humor guardamos distancias para no confundirnos con los problemas. El buen humor destila del buen amor y sus derivados: la lucidez y la paz. Quien ha perdido la sonrisa y el humor no tardará en amargarse la vida y amargarla a los demás.
El sentido del humor nos permite relativizar lo relativo, afirmar lo absoluto y dar a cada uno el trato que merece. El sentido del humor es necesario para gobernar y para gobernarse; para educar y para ser educado con aquellos a quienes tenemos la obligación de orientar. En el educador, el sentido del humor es una cualidad indispensable, unida a la reflexión, la constancia, la responsabilidad, la paciencia y la clarividencia.
«La actitud más cierta ante lo efímero de la vida, decía don Ramón Gómez de la Serna, es el humor. No se propone el humorismo corregir o enseñar, pues tiene ese deje de amargura del que cree que todo es un poco inútil. Casi no se trata de un género literario, sino de un género de vida, o mejor dicho, de una actitud frente a la vida».
Para nosotros el humor es algo muy serio porque va ligado a la pretensión de sentido, de comprensión y de humanidad. El buen humor es muy importante a la hora de completar la madurez personal y la vida de fe. Sin él, una persona será propensa a las enfermedades del alma que, con tanta frecuencia, se dan en la sociedad moderna.
Con frecuencia, los cristianos no damos testimonio de alegría. Nerviosos y preocupados, olvidamos que éste es nuestro primer apostolado ya que servimos al Dios del gozo. Ya lo decía Nietzsche: «Los cristianos no tienen cara de resucitados». La alegría cristiana en realidad, no es sino un don de Dios: «Incluso desde un punto de vista psicológico, la alegría no es una cualidad que debemos buscar por ella misma, por el puro gusto de gozar, sino que está ligada a algo que la motiva, que la hace saltar y estallar en la persona. Es un fruto del Espíritu Santo».
Si el Evangelio es Buena Noticia, el mal humor es incompatible con él. Así lo explicaba el obispo Damián Iguacén autor de la meditación titulada 'Nuestra Señora del Buen Humor': «El Señor no quiere seguidores gruñones, ni malhumorados, ni entristecidos. No le gustan las procesiones de sauces llorones. No le agradan las letanías de resentidos. No quiere hermanos de la Cofradía del Perpetuo Suspiro. Los cristianos hemos recibido en el Bautismo la consigna de servir al Señor con alegría; el mal humor no es un buen conductor de la Buena Noticia del Evangelio». Y matizaba: «El buen humor no es humorismo, comicidad, ingenio, agudeza ni chiste. Es muy bueno hacer reír; pero también en eso puede haber excesos. El buen humor, que es siempre ingenioso y sabio, sabe que una frase, un pensamiento, llama más la atención y se fija más tiempo en la memoria y tiene más eficacia si se le pone la punta de lanza de una sonrisa».
El cardenal Ratzinger dejó escrito en su libro 'El Dios de Jesucristo': «Donde hay tristeza, donde muere el humor, allí no está ciertamente el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesucristo».
Terminemos con la oración de Santo Tomás Moro para pedir el buen humor: «Concédeme la salud del cuerpo,/ con el buen humor necesario para mantenerla./ Dame, Señor, un alma santa / que sepa aprovechar lo que es bueno y puro, / para que no se asuste ante el pecado, / sino que encuentre el modo / de poner las cosas de nuevo en orden. Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,/ las murmuraciones, los suspiros y los lamentos, / y no permitas que sufra excesivamente / por ese ser tan dominante que se llama Yo. Dame, Señor, el sentido del humor./ Concédeme la gracia de comprender las bromas, / para que conozca en la vida/ un poco de alegría / y pueda comunicársela a los demás. Amén».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.