Burbuja
La generación de Iglesias construyó un espacio político propio descaradamente táctico
PABLO SÁNCHEZ
Miércoles, 16 de marzo 2022, 07:25
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PABLO SÁNCHEZ
Miércoles, 16 de marzo 2022, 07:25
En política, la originalidad no es un grado. El orden peligra por las ideas nuevas que, casi siempre, son pura pose reciclada. Se trata, prácticamente sin excepción, de las mismas propuestas utópicas, sostenidas en el control sobre el contribuyente. Es una estrategia convencional de aguante ... y mando. Desde 1978, la paulatina desaparición de quienes vivieron la guerra civil y propiciaron la reconciliación entre españoles corrió en paralelo al crecimiento de una burbuja ideológica dirigida a establecer las coordenadas del discurso público: la izquierda 'transformadora' (como gustan de llamarla sus clérigos) reclamaba el apostolado de una fe de nuevo cuño. Pero, había un partido, el Socialista, afortunadamente empeñado en traicionarse en beneficio del país: la OTAN, la Unión Europea y el gato, blanco o negro, que caza ratones.
Los gobiernos templados de González se enfrentaron con aquellos místicos que, desde la calle, se lamentaban de que España no se parecía lo suficiente a Albania. Este abismo partidista concluyó con Rodríguez Zapatero, que, astuto como nadie, adoptó a los extremistas y cerró filas contra el PP 'heredero de Franco'. Y en estas nos encontramos todavía. En 2003, aún podían publicarse libros ingenuos como 'El gran fraude', de Fernando Savater (Aguilar); un volumen militante contra ETA que pretendía desvelar el malentendido teórico que coaligaba a la izquierda con los independentistas periféricos. Hoy, ya sabemos que, de malentendidos, nada.
Apartados los Llamazares y demás suplentes inanes, la generación de Pablo Iglesias, Alberto Garzón e Irene Montero construyó un espacio político propio, desvergonzado y descaradamente táctico. ¿Puigdemont? Un exiliado por luchar contra el centralismo. ¿Chávez? Uno de los nuestros. ¿Irán? ¿Putin? Es todo mucho más complejo; cabalgamos las contradicciones. Y a otra cosa. Esa burbuja casi indestructible (ni una grieta por la subida en el precio de la energía) pareció, sin embargo, temporalmente vulnerable durante las primeras jornadas de la invasión rusa. El discurso de los años heroicos contra Bush y Aznar no podía ser alegremente sepultado en virtud de un caduco antiatlantismo. Putin era el agresor; no cabía duda.
Ay, angelitos. ¿Alguna de las manifestaciones en favor de Ucrania ha reunido a más de un centenar de personas? El ámbito de discusión permanece en los despachos de Bruselas y en el hilo telefónico que conecta con Washington, Moscú y Pekín. No es un tema, al parecer, de pancarta y coloquio. Para estos dogmáticos, ha sido siempre mucho más denunciable Albert Rivera que Putin y muchísimo peor Santiago Abascal que Otegi, el «Mandela vasco». No resultaría extraño que, en la querencia expansiva del Kremlin, se los reconociese como rentables tontos útiles. Se las dan de antifascistas retroactivos, pero callan (otorgando) ante los tiranos del presente.
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