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Hace unos años, cuando mis nietos eran más pequeños, redescubrí la fascinación infantil con las pompas de jabón, el placer inconsciente de sentirse flotar en el espacio aislado de las ingratitudes de una realidad desafecta que les impide regresar al seno materno. Lo curioso ... es que los adultos no hemos perdido esa fascinación inconsciente, ello se manifiesta de forma flagrante en los políticos y, ay, en sus políticas. Asombrosa la obsesión de los gobiernos europeos con la desagradable realidad que han puesto de manifiesto los cuatro años del Gobierno de Trump, y el sonoro suspiro de alivio al contemplar la burbuja de un potencial Gobierno de Biden. Ha sido verla y zambullirse en ella como en la mar del verano.
Las relaciones entre Europa y Estados Unidos no son ya lo que eran ni van a volver a serlo. La obsesión de los americanos es ahora China y ven a Europa como un Estado-vasallo que está obligado a dar apoyo al imperio en esta confrontación. A Europa le han temblado las piernas ante esa realidad y se refugia en la quimérica idea de que Biden volverá a abrir el paraguas protector que EE UU desplegó al iniciarse la guerra fría. El caso es retrasar la hora de la verdad y no hacer los deberes. El verbo procrastinar, al contrario de su práctica, ha caído en desuso entre nosotros.
Inmersos en tales burbujas, los países europeos quieren seguir ignorando la evidente descomposición del multilateralismo a escala global. Llevan años esquivando las preguntas más espinosas, ya sea sobre la sostenibilidad del actual sistema fiscal en la Eurozona, ya sobre el decreciente apoyo popular a la integración europea. Se autoengañan dando credibilidad a lo que dicen las encuestas oficiales, más escoradas al proeuropeísmo que las encuestas prodemócratas en USA, que ya es decir. Los medios de comunicación apoyan sin reservas las burbujas de los sectores más influyentes de la comunidad, ciegos a la realidad más allá de sus narices se refugian en la burbuja de Bruselas, la burbuja de Macron, la burbuja de la 'gran coalición' en Alemania... Engolfados en estas burbujas los líderes europeos me recuerdan a la gran diva de 'El crepúsculo de los dioses': «Yo sigo siendo grande, es el mundo el que se ha hecho pequeño».
Alemania, líder indiscutible de la Unión, ha apostado por la recuperación de las relaciones transatlánticas tras la victoria de Biden. La líder del partido de Merkel en el Parlamento ha desechado la idea de la autonomía estratégica de Europa; es decir, de su independencia de Estados Unidos en los asuntos de seguridad europea. Ello permite retrasar cuatro años más el planteamiento de asuntos tan espinosos como el incremento de los presupuestos de defensa y, en definitiva, la ominosa realidad de que el mundo se ha dividido en bloques y Europa deberá construir el suyo propio. A no ser que renuncie a hablar de tú a tú con USA y China... pero también con India y, de forma perentoria, con Turquía. Como ya he hecho muchas reflexiones sobre los primeros, me referiré ahora a los otros dos.
India va a jugar un papel crucial. Por lo que estamos viendo, ha llegado el momento de desarrollar a fondo las relaciones comerciales de Europa con ese país. India no solo va a sobrepasar en población a China en pocas décadas sino que está muy empeñado en convertirse en un actor influyente en el escenario internacional, a la altura de EE UU, China y Europa. Si Europa juega bien la partida con India, va a servir para reducir a tamaño más aceptable la extraordinaria dependencia que hoy tienen los europeos del comercio con Estados Unidos y China, donde no han tenido otro remedio que aceptar las reglas del juego impuestas por ellos.
En cuanto a Turquía, mientras la UE teje el chal de Penélope respecto al asunto de hacer algo efectivo frente a las agresiones turcas en el Mediterráneo, Erdogan se ha destapado con la idea de desarrollar un Neo Imperio Otomano a las puertas de Europa, que se extenderá por África y Oriente Medio. Sus intervenciones en Siria y Libia más, ahora en las aguas territoriales de Grecia, dejan pocas dudas. Pero Europa se niega a evaluar el impacto de la política de un carismático Erdogan en las comunidades islámicas de la región. Erdogan confía en que los europeos sigan mirando para otro lado hasta que sea demasiado tarde. Exactamente lo que ahora hacen con Hungría y Polonia y lo que antes hicieron con Milosevic, incapaces de intervenir en medio de una horrorosa crisis humanitaria en Yugoslavia hasta que llegó Estados Unidos. Turquía tiene ya bases militares en Chipre, Albania, Siria, Irak, Azerbaiyán, Qatar, Libia, Sudán y Somalia. Los mapas no muestran todavía ese nuevo imperio, pero el bollo ya está en el horno. Sólo un imperio europeo podrá contener al otomano, de otro modo los europeos estarían condenados a seguir siendo un Estados-vasallo.
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