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Hace cuatro décadas, cuando el mundo ya había dejado de ser en blanco y negro pero todavía era en super 8, lo primero que te ... enseñaban al entrar de crío en un equipo de fútbol era a entender este deporte: compañerismo, respeto y deportividad. A ganar, también, pero con elegancia; y, desde luego, no a cualquier precio. Hoy día todo aquello parece que lo hemos olvidado. Obviamente, no es lo mismo jugarse la honrilla que unos cuantos millones de euros pero, en ese mundo de buscavidas y prepotentes en que se ha convertido el deporte profesional, de vez en cuando te cruzas con alguien de la vieja escuela y, más que admiración, te acaba entrando la melancolía. Es de suponer que cuando Cristóbal Parralo dijo sí a la propuesta de Chuti Molina, no podía ni sospechar que fuera un pelín deshonesta. Que su margen de maniobra fuera mínimo y que le trajeran más como línea de contención que para permitirle dejarle desarrollar su trabajo con tranquilidad y respeto. A lo largo de estos meses, el hombre tranquilo ha ido dejando atrás su optimismo contenido para ver cómo todo lo que podía salir mal, efectivamente lo hacía. Pero de su boca no ha salido ni una mala palabra, ni un desplante, ni un desprecio hacia sus jugadores o su club. Con su talante cercano, sus análisis sinceros y el sentido común como guía, no se pueden poner reparos a un técnico que ha mostrado señorío hasta el final, presentando su dimisión cuando otros se aferrarían con uñas y dientes. Un caballero. Otra cosa es que, sobre el prado, las cosas no hayan funcionado. Por supuesto que se le pueden achacar muchas cosas –continuismo de estilo, sin cantera, insistir en los mismos jugadores, las decisiones durante los partidos, etc…–, aunque a fin de cuentas ése es el trabajo de un entrenador. La apuesta no ha salido bien, pero el primero en verlo y asumirlo ha sido él mismo, y ha optado por el camino de los valientes, como hiciera Preciado. La aventura no ha salido bien en lo numérico, pero en lo humano ha dejado el listón muy alto.
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