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Se marchan de nuestra vida y ni siquiera nos damos cuenta de ello. Nos han acompañado décadas salpicando el paisaje de nuestras ciudades, hemos hecho ... colas en sus puertas y nos han tragado muchas monedas a cambio de voces con buenas y malas noticias. En algunos lugares como Londres, donde forman parte de un mobiliario urbano rojo y singular, se ha tenido la sensibilidad de convertirlas en bookcrossing, puntos de información, centros de arte, puestos de flores…
En España, las cabinas telefónicas prácticamente han dejado de existir. En Cantabria no llegan a doscientas y ni siquiera son el prototipo clásico de cabina, porque en la última etapa se instalaron sin puertas, a modo de columnas que protegen la intimidad con unos paneles transparentes. Los tiempos de los teléfonos móviles las está llevando a la extinción. Ahora ya no las necesitamos porque todos tenemos un teléfono en el bolsillo. Así que las abandonamos en las calles como mascotas que ya no nos hacen gracia. La gente las esquiva, los más jóvenes las miran con curiosidad y otros incluso las hacen fotos, conscientes de que pronto serán reliquias. Todavía es obligatorio mantenerlas en la vía pública, pero tienen las horas contadas. Cuesta demasiado dinero mantenerlas para ofrecer un servicio que no se utiliza y que sólo sirve para diversión de vándalos.
Parece inevitable que la eliminación de las cosas que acompañan nuestra existencia produzca cierto desasosiego. Es como si la agonía de las cabinas telefónicas también se extendiera a nuestra propia desaparición. Cosas del paso del tiempo y de la llegada del progreso. Así que hago un esfuerzo para evitar esa kafkiana impresión que nos produjo en los años setenta el mediometraje de Antonio Mercero donde el personaje de José Luis López Vázquez, atrapado en una cabina, se iba desesperando ante el destino que vislumbraba, subido en una camioneta que le transportaba a un almacén de cabinas con cadáveres y esqueletos dentro que no pudieron escaparse de aquella trampa de puertas semiabiertas. Casi a punto de entrar en esa trampa, ha sonado mi teléfono móvil. Si López Vázquez hubiera tenido uno…
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Alberto Echaluce Orozco y Javier Medrano
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