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No cabrees a los abueletes. Disponen de tiempo, vienen cuando otros van, han cumplido mucha mili, cuentan con la experiencia de los años y tienen un poso de mala leche que muestran si se traspasa la frontera de su paciencia ante lo que consideren injusto ... o una tomadura de pelo. Como en cualquier otro lugar de España, los jubiletas santanderinos se dividen en dos grandes grupos: quienes cuidan de sus nietos y los que no. La subdivisión entre estos últimos también es doble: unos mantienen su oficio de forma más o menos profesional, o gozan de un ocio activo, y otros no hacen nada. Estos son los peligrosos, sobre todo si comparten espacio diario, conocen perfectamente la ciudad y la patrullan con ojos atentos en busca de la contemplación crítica de la obra pública, de la chapuza municipal que nunca falta o de cualquier acontecimiento imprevisto.
Hace unos pocos años, antes de la pandemia, los abueletes de Cerdanyola, en la catalana Mataró, llevaron hasta las últimas consecuencias una idea puesta en práctica de manera menos radical en otras localidades, encontrando, al tiempo, una motivación extra en sus paseos habituales. Hartos de que el municipio no atendiera sus demandas, formaron brigadas armadas de aerosoles con los que alertaban de los desperfectos que veían. Baldosas de las aceras rotas o ausentes, pulverización; bancos en lamentable estado, pulverización; alcantarillas cegadas, pulverización; maceteros, objetos abandonados y obstáculos al libre paso de los peatones, pulverización. Y así. La noticia no aclaraba si el ayuntamiento les hizo caso o les multó, pero los jubiletas, con las señales pintadas, solo querían evitar que alguien se dañara. Lo que no se arregla, que brille al menos.
No consta que les haya dado por ahí a los abuelos de Santander ni que lo tengan previsto ni es aconsejable, aunque seguramente el ayuntamiento les atiende con el mismo interés que prestaba Mataró a sus jubilados, es decir, ninguno. Ya se ve que un producto concreto en manos diferentes, las de jóvenes descerebrados o las de veteranos justicieros, se utiliza con finalidades opuestas: la de arruinar el mobiliario urbano, los primeros, y la de advertencia a los vecinos y a las autoridades locales, los segundos. Pero, a modo de fabulación divertida, supongamos que unos cuantos vejetes cabreados, y sin ocupaciones más placenteras, se organizan y caminan por calles, jardines y plazas coloreando con espráis fluorescentes lo que no está bien. En tal supuesto, la noche de la ciudad sería día, y Santander, a la luz del sol, parecerá un mural de Okuda.
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