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Acaba el informativo en la televisión. Sale la mujer del tiempo y comienza a mover las manos delante del mapa meteorológico, pero sólo puedo fijarme en los pies. Sus altísimos tacones acaparan toda mi atención ¿Cómo puede moverse con el empeine tan contorsionado? ¿No le ... da miedo trastabillar en directo? ¿Aguanta el dolor mientras sonríe? ¿Se descalzará nada más terminar la conexión? No me he enterado de si continuarán las altas presiones en la atmósfera, pendiente como estaba de las del calzado.
Hemos gastado muchas energías en escribir sobre un gesto que llamaba a ahorrarlas: quitarse la corbata. Pedro Sánchez va tarde. Aquí ya teníamos a Reinhard Wallmann, director general de Salud Pública de Cantabria. Respaldo su 'look'. Soltarse la soga del cuello debe ser tan liberador como desprenderse de la mascarilla en plena sofoquina. Esa prenda larguirucha cuya ausencia se convierte ahora en emblema gubernativo de ecología es el signo por excelencia de la etiqueta. Pero no deja de ser un refinado yugo social, igual que los zapatos de gala son cepos de diseño para aprisionar los pies.
El tacón se vuelve un asunto menos superficial cuanto más se aleja el talón del suelo. Los médicos nos han advertido de las consecuencias de su uso, sobre todo si es prolongado: ampollas, rozaduras, callos, juanetes, desviaciones de la columna vertebral, desgaste en las articulaciones de la rodilla y del tobillo, osteoartritis, hipertrofia de los gemelos, encogimiento del tendón de Aquiles, atrofias e inflamaciones de dedos, crecimiento óseo anómalo del dedo gordo, riesgo de torceduras, esguinces y caídas...
No estoy en contra de la utilización de tacones, lo que defiendo es el pleno derecho a no usarlos. Algo anda al revés si se llega más lejos con tacones que sin ellos. Nada debería oponerse a la opción de caminar siempre segura, cómoda y sin dolor, y poder echar a correr sin desventajas.
Cuando una convención social choca contra una convicción personal, creo que hay que romperla con determinación, finura y limpieza, como se casca un huevo para hacer tortilla. ¿Tacones? Para quien los quiera. Igual que el frac. Si a un tipo le premian por su talento y su contribución al bienestar de la humanidad, ¿por qué obligarlo a disfrazarse de pingüino si va a sentirse fuera de lugar? No digo que se presente en la ceremonia de los Nobel con un vaquero roto, pero si va con un traje que le quede bien, perfecto. Seguro que cuestionar otras normas y creencias le llevó hasta ahí.
Hay mujeres que no se conciben a sí mismas sin sus alzas bajo el calcañar, hombres a los que se les baja la libido ante unos zapatos planos y varones que se suben a los tacones con una soltura y deleite que jamás alcanzaríamos algunas. El zapato elevado masculino no se limita a desfiles, festivales y fiestas, donde juega con el exceso. Está más extendido de lo que se percibe. Putin lo calza para estar a la altura de otros líderes políticos que lo superan en varios centímetros. Lástima que la estatura moral no aumente con los tacones.
Nada en la constitución física nos predispone más a las mujeres que a los hombres para desenvolvernos con calzado empinado. Es más, el origen del tacón es masculino. Figura ya en pinturas egipcias de la Antigüedad, donde los lucen por igual ellos y ellas. Y los hábiles zapateros hititas de Anatolia los fabricaban para sus soldados. En la Edad Moderna, el tacón cabalga parejo a su función ecuestre. Útil para encajar el pie en el estribo, después será imprescindible en las botas de cowboy. Por mera presunción, el rey Luis XIV se exhibía en el siglo XVII con botines que entonces eran el más sofisticado lujo varonil de la corte y hoy serían considerados de corte femenino a más no poder.
A partir del siglo XVIII, el zapato alto se convierte en un complemento casi exclusivamente de mujeres, aunque en el XX los Beatles cantaron rock con botines negros de tacón. En etapas de desmesura, modelos equilibristas han desfilado con el talón apoyado sobre una aguja de 17 centímetros y con los dedos constreñidos en punteras criminales. Y de pronto, en el XXI, las zapatillas deportivas conquistan las pasarelas para hombres y mujeres por igual. El día en que Paloma O'Shea acudió a un acto social con unas estilosas playeras casi lloro de gratitud. A las prescriptoras de la elegancia les salen imitadoras, y de repente la rebeldía ya no desentona.
Las marcas de alta costura han entrado de lleno en el diseño de calzado deportivo de lujo. Sus clientes llevan en los pies entre 300 y 1.000 euros, según la firma, a menudo plasmada con ostentación. Pagar eso ahora no sólo no es tendencia, sino que es hasta paleto. Por cierto, falta diseño creativo, empatía y buen gusto en las líneas de cuña y plataforma para realzar la figura humana sin torturarla. ¿Quién se anima? Hay vida y negocio más allá del esparto.
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