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Una de las tareas más importantes de un hombre es poner de acuerdo a sus calcetines. Quizá haya usted observado la extraordinaria frecuencia con que la lavadora, donde uno confiaba en haberlos metido emparejados, los devuelve solteros y sin compromiso. Es una prueba definitiva de ... la entropía del universo y de que el cosmos, dentro de mucho tiempo (quizá no tanto como el que se necesita para cumplir una promesa electoral, pues resultaría inacabable), será como un gran calcetín frío y oscuro que ha perdido a su compañero en el centrifugado del espacio-tiempo, o en el gran cesto de la ropa de antes del Génesis, cuando no había nacido ni siquiera el tiempo y por tanto todos los relojeros estaban en el paro y conspirando.
Lo que aprendemos de los poetas y de los semiólogos, y normalmente estos son más divertidos y aquellos más solemnes, es que cualquier cosa vale como signo de otra, o bien por parecerse, o bien porque es indicio de ella, o bien, en fin, porque así lo acordamos los comunicantes. Así que analicemos un poco la política con estos guantes finos para pies.
El calcetín soltero es icono, parecido, de todo aquello que una vez estuvo unido, después se ha ido separando, y últimamente no ha sido posible rejuntar. Esto se entiende perfectamente si hablamos del campo y de la industria de Cantabria. Toda la identidad social, cultural, productiva de nuestra tierra estuvo en un momento dado vinculada a la unión de hombre y vaca, a la explotación del capital pinto (que no, niño, que no son 101 vacas dálmatas). Eran los calcetines Holstein, que sacaron de su ancestral penuria al campo cántabro. De aquellas ubres salían también aquellas perolas que terminaban en la industria láctea. Cantabria y la industria fueron un par de calcetines muy bien conjuntados, que situaron el territorio entre los de mayor bienestar de España. Esto fue zarandeado ya desde la década de 1970 por huracanes varios cuyo relato aquí no cabe, y que hoy perduran en ERTEs, EREs y cierres. Hay una gran pregunta sobre si volveremos a encontrar la pareja de esos dos calcetines productivos.
Ahora, los indicios. El par de calcetines es indicio de bienestar. Siempre se usó el 'ir descalzo' como sinónimo de pobreza extrema. Tomemos aquí el calcetín como parte por el todo, a modo de metonimia: representa así todas aquellas cosas que muestran nuestro no ir descalzos, es decir, hogares con suficiente espacio y calefacción; equipamientos domésticos de confort; vehículos o medios de transporte… Cuando nuestras abuelas eran niñas, el 95% del equipamiento actual de un hogar estándar no existía aún. La pregunta es que, si los calcetines del párrafo anterior no se conjuntan otra vez, para Cantabria, o buena parte de ella, ¿será posible mantener en absoluto un calcetín protector en cada pie? Ese calcetín navideño donde deberíamos recibir, como regalo por no haber sido rematadamente malos, el obsequio de otros doce meses de penas en cesantía.
Y finalmente, el símbolo, convenio o institución. Simboliza el humilde calcetín lo que queramos, porque sirve para un lenguaje. Es decir, el calcetín como imagen simbólica es lo mismo que 'calcetín' como palabra de un idioma. (En Francia o Inglaterra llaman al mismo objeto con otros símbolos, como 'socks'). Podría haber un idioma de los calcetines, como lo hay de las flores o de las señales marítimas con banderas. El que se anime al 'Diccionario Calcetín-Español' podría tematizarlo políticamente. Pues nada sería verdad ni mentira, sino según el color y diseño del calcetín que se mira. Un gobierno de coalición es donde la gente hace parejas con calcetines desparejados. Y por eso en ellos el ir 'a pie cambiado' es norma y no excepción.
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Ana del Castillo
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