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Lo más terrible del oriundo cántabro que reclama a España una disculpa por la conquista de lo que luego fue México (¿qué podemos esperar de alguien cuya referencia catastral en el mundo es 'La Chingada'?) es que tira por tierra la enésima esperanza de resurrección ... del proyecto de Comillas. Porque López Obrador iba a crear con nuestro presidente la «nueva hispanidad», y ahí pillaríamos cacho. Pues ahora parece más difícil. Antes de este disgusto, se había desvanecido la misteriosa promesa del pasado verano en La Moncloa, que preanunciaba un notición sobre Comillas, que tampoco se sustanció. Es milagroso que aún seamos tan crédulos. Lo que sí se ha avanzado es en posibilitar el alquiler de espacios del Seminario para eventos no educativos y no científicos. Que es el reconocimiento implícito de una infrautilización, de un escaso rendimiento social de la enorme inversión realizada en el lugar, y de que no hay a corto perspectivas mucho mejores. Inversión, además, incompleta, pues la mitad occidental del Seminario Mayor sigue sin rehabilitar y en riesgo de ulterior deterioro, y del resto de edificaciones nada se sabe. La falta de continuidad en los proyectos es una característica típica de Cantabria. Un día vamos a ser el mayor parque eólico del orbe o el principal educador de español en el planeta, y al otro ya ni hablamos del asunto.
Es muy complicado de entender que no se haya formado todavía un sólido sistema entre Comillas, la UIMP, la UNED, las fundaciones, los referentes clarísimos del español (la Biblioteca Menéndez Pelayo, la del editor Pancho Pérez en Barcenillas, la de José María de Cossío en Tudanca), y los vestigios o rutas de personajes como Fray Antonio de Guevara, Calderón de la Barca, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, cumbres de la literatura clásica castellana. Incluso es difícil entender por qué no hay más alianzas con universidades europeas y norteamericanas para estancias y formación en lengua y cultura hispánica. Este es un fracaso grave de quienes han llevado Educación y Cultura, pero también de Gobierno y Parlamento en general, que no han hecho mayor caso al problema. Entre unos y otros, se nos van los tiempos. Ha faltado, para esa continuidad e intensidad de la articulación de una idea en principio plausible, liderazgo: una autoridad intelectual y de gestión que fuera a ese proyecto lo que en su momento fue José Antonio Lasheras para el de Altamira. Tampoco los gobiernos han mostrado interés en reclutar una figura de esa clase. Así que en este impasse lo último que necesitábamos era esta especie de «maldición azteca» sobre una iniciativa que ya de por sí nos genera más de una duda.
El hispanista Allison Peers creía que la sola existencia de los miles de libros de Menéndez Pelayo garantizaría a Santander un futuro como ciudad universitaria. No ha sido así, porque no destacamos internacionalmente en los estudios lingüísticos ni en los literarios, sino en otro tipo de ciencias y técnicas. Pero el potencial siempre ha existido. Con qué emoción recordaba Peers, al apearse del tren en Barreda, el camino hacia la casa solariega de Calderón. Nosotros no tenemos bables ni eusqueras, pues pertenecemos a la pequeña parte de Europa donde nació lo que hoy hablan muchos millones, incluido el presidente del país que más lo habla, y que aún no se ha percatado de que también es perfectamente posible estar calladito… en castellano. Hay toda una disciplina, la Filología Hispánica del Silencio, esperando a ser estudiada. ¡Y aplicada! Yo mismo me callo ya.
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Ana del Castillo
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