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Tienen en sus casas a un montón de gatos, pero de ellas dependen muchos más que viven en las calles de Santander. Suelen salir de noche cargadas de bidones de agua y cubos de pienso para alimentarlos (nunca restos de comida que causan malos olores). ... También llevan cajones de madera para que se refugien y en invierno les ponen mantas. La oscuridad las protege, porque hay quienes, además de considerarlas locas, las insultan y hasta las agreden. Pero ahí están, firmes, inasequibles al desaliento y puntuales a la cita con sus mininos. Una vez que empiezan no pueden dejar de ir. Les entran remordimientos si no lo hacen. Es una especie de adición afectiva, como si estos animales en verdad tuvieran un mágico poder para hipnotizar a las personas, curiosamente mujeres, justificando el carácter sagrado que algunas civilizaciones otorgaron a estos felinos.

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