El camaleón

Tengo un amigo que, al tercer gin-tonic, abre la cartera, saca las tarjetas de visita que le han ido dando y las distribuye entre los desconocidos del bar presentándose con los nombres y las profesiones que constan en ellas. Empieza la ronda siendo Antonio García Pérez, un tornero fresador que trabaja en Mecanizados Hermanos Torníllez, y la acaba convertido en Pelayo Rodríguez-Stuart de las Heras, abogado del Estado. Del estado de embriaguez, sobre todo. La ginebra no perdona.

Ser siempre quienes somos es un aburrimiento. Mortal. Por eso miente mi amigo y por eso miento yo. También mentimos por trabajo, y por amor. Mentimos para gustar al responsable de recursos humanos, al vecino del cuarto, a nosotros mismos. Mentimos pasándonos un filtro por la jeta y por la vida, poniéndonos relleno en el sujetador, en el paquete o en el currículum, sacando pecho y ocultando barriga, engordando nuestros méritos y adelgazando nuestras miserias. Mentimos como bellacos.

Algunos mienten tanto que acaban disolviéndose en sus propios engaños: en ese fascinante estudio de la fauna ibérica que es 'First Dates', un espacio sobre el cortejo animal por donde pasan urogallos en celo, perros abandonados, gatas ronroneantes y algún que otro cerdo, nos faltaba por ver un camaleón. Y apareció. Es un tipo que ha ido al programa en diferentes ocasiones interpretando a cuatro personajes en busca de amor: Pedro, Abilio, David y Jesús. La cosa tiene más pinta de morro atómico y ganas de notoriedad que de personalidad múltiple. Y de interpretar literalmente a Ortega y Gasset cuando dijo que «El hombre es novelista de sí mismo, original o plagiario». Más que novelista, el payo era un cuentista. O un columnista. Lo mismo tiene.