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«Dame cambio. Y ponme otra copa». Así parecía transcurrir la vida de aquel hombre conocido en el barrio, mañana, tarde y noche, frente a aquella máquina tragaperras a la que terminaba hablándola, maldiciéndola, amándola a veces, hasta que un día dejó de acudir al ... bar. Nadie supo más de él. Atrás quedan los recuerdos de las partidas de mus en la facultad, la brisca con la abuela, incluso el monopoly, en el que hacerse millonario era un juego que aburría al santo armero. Lejos quedan películas como 'El golpe', el glamour de los casinos, incluso el del Gran Casino de Santander. Épocas en las que la ludopatía se ocultaba bajo el manto de las gasas y las pajaritas y la ruina en la última apuesta estaba teñida de una pátina social de benevolencia.
En los últimos 20 años los cambios sociales han sido abrumadores. La construcción de una nueva realidad a través de las TIC, ha supuesto cambios en las relaciones hasta el punto de vivir entre realidades paralelas, presenciales y virtuales, desde la infancia y en la adolescencia. Y en este escenario, en el que la adolescencia intenta abrirse camino, nos encontramos con la tercera epidemia en los últimos 40 años. La primera fue la de la heroína, en los 80, que como consecuencia de la alarma social que expresaba la representación social del problema de las drogas originó el Plan Nacional sobre Drogas en el año 1985. La segunda y demoledora epidemia, la del tabaco, comenzó a ganarse con la batalla al lobby de la industria tabaquera. En 2005 por fin, la Ley de Prevención del Tabaquismo estableció los principios de lo que debía ser el comienzo del final del poder de la Industria del tabaco. La tercera epidemia cobra forma ya, sobre todo, golpeando en los más vulnerables, los adolescentes y jóvenes. El juego 'online' que, además ha dado alas a los salones de juego presenciales. Durante años hemos asistido a un desfile de personajes ilustres, deportistas, presentadores, alabados por sus «valores» y haciendo publicidad sobre el juego 'online'. Y en ese contexto de búsqueda de recompensa inmediata, con un teléfono y wifi, la posibilidad de sentir el efecto de «ganar», en un mundo en el que perder ya no es un valor. En 2011 se regula el juego 'online' y las firmas de las empresas encuentran campo abonado para sembrar sus expectativas, los sueños del ganar, la excitabilidad de conseguir dinero. Money, money, money. Nos recuerda 'Cabaret'.
Las asociaciones que trabajan en la rehabilitación de la ludopatía hace tiempo que avisan de la espiral de consumo del juego, tanto presencial a través de las salas de juego, como del juego 'online', en el que la privacidad oculta la posibilidad de detectar menores jugando en su casa con la una necesidad del número de tarjeta de crédito de cualquiera de los progenitores. Excitabilidad ante la posibilidad de ganar, el incremento de las apuestas, la deprivación emocional ante la imposibilidad de jugar, búsqueda de recursos y endeudamiento, el incremento de las apuestas para obtener sensación de recompensa (tolerancia emocional) son algunos de los criterios que determinan el trastorno de juego patológico o ludopatía según los instrumentos diagnósticos internacionales (DSM-V).
Y sin embargo, las apuestas deportivas, el póker 'online', son en este momento o bien la nueva forma de relación juvenil o el acicate para jugar en la privacidad del cuarto. Las administraciones tienen determinadas competencias. Los ayuntamientos respecto a las licencias, pero también tienen competencias en salud pública, que deben compaginar estrategias con las competencias educativas, de regulación y sanitarias de las comunidades autónomas. Pero es el Estado el que debe asumir su plena responsabilidad sobre el efecto de este fenómeno que ha llegado para quedarse. La prohibición de todo tipo de publicidad, el control exhaustivo del ingreso de menores en la red, el tratamiento especializado en los recursos públicos para los afectados, son solo algunas medidas que creo deben integrarse en una Ley de Prevención y control del juego patológico.
Los espacios públicos deben dar oportunidades a los jóvenes para que establezcan relaciones de ocio en un relato que no acabe convirtiéndose en patológico. Santander tiene que tomar la iniciativa. Pensar en el futuro de escenarios que pueden ser verdaderas oportunidades culturales. No disponemos de un teatro municipal para jóvenes compañías, no disponemos de la formación superior de música en Cantabria, yéndose fuera muchísimos jóvenes con extraordinario talento musical. Cambio juego por cultura. Y eso no puede ser solo una ilusión, ni un delirio, sino una acción transformadora en la que ver crecer ilusiones, sueños y capacidades sin tener que ofrecérselo a la diosa fortuna que también se hacía cargo del infortunio. No podemos poner en la ruleta de la suerte las esperanzas de los jóvenes.
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