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Lo que más confusión ha causado, durante todo el tiempo que venimos sufriendo la pandemia de coronavirus, ha sido, sin duda, los cambios de rumbo que hemos presenciado acerca de las vías de contagio de la enfermedad.
Los primeros comunicados de la OMS acerca ... de las vías de contagio nos decían que la enfermedad se transmitía por contacto directo, por pequeñas gotas procedentes de toses, estornudos o incluso de la respiración de enfermos y del contacto con superficies contaminadas. Se calculaba que las gotas se comportaban como proyectiles balísticos, y caían rápidamente al suelo, con lo que mantener una distancia de alrededor de un metro y medio era una medida de seguridad adecuada para evitar los contagios. Aunque por abril de 2020 había científicos, ajenos en su mayoría al ámbito de la medicina, que alertaban acerca de la transmisión aérea, por medio de aerosoles respiratorios, la OMS ha tardado más de un año en reconocer esa posibilidad, sin descartar las originales; eso a pesar de que no se ha podido demostrar ni un solo caso de contagio a través de superficies, ni de gotas. En ese tiempo hemos asistido a un extenso debate entre los defensores de la teoría del contagio a través de aerosoles y sus detractores que, sobre todo, ha generado confusión entre la mayoría de los espectadores, y ha abonado el terreno para la aparición de otro tipo de teorías, conspiraciones y bulos variados. Y aunque no nos guste, es bastante sencillo de entender porque ,¿a qué científico cargado de argumentos tenemos que hacer caso?
Este es un relato difícil de digerir para cualquiera que tenga cierta confianza en el método científico, y además intente estar informado acerca de la situación; sin embargo, no es una situación desconocida en el campo de la ciencia. Como explicaba Thomas Khun en su excelente libro 'La estructura de las revoluciones científicas', una nueva verdad científica no triunfa porque haya convencido a sus oponentes y les haya hecho ver la luz, sino más bien porque sus oponentes, finalmente, mueren. Los defensores de las teorías antiguas no son gente cerril que se opone por sistema, normalmente serán científicos que actúan de buena fe, defendiendo una tradición de éxitos frente a unas ideas nuevas que tienen mucho que demostrar.
En el campo que nos ocupa, es fundamental la figura de Charles V. Chapin, médico estadounidense pionero en la práctica de la salud pública y primer presidente de la Sociedad Americana de Epidemiología, y su obra de 1910 'Las fuentes y modos de infección'. Fue un activo defensor de la teoría de los gérmenes como causantes de las enfermedades, estudiando las enfermedades infecciosas y sus implicaciones para la salud pública. Atacó fuertemente los conceptos erróneos comunes de la teoría miasmática de la enfermedad, que achacaba la misma a las emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras; en consecuencia, no creía en la transmisión aérea de la enfermedad, sino que la clave estaba en la proximidad.
Chapin tenía razón en lo fundamental, y su trabajo sentó unas bases sólidas para el establecimiento de sistemas sanitarios públicos, pero su prestigio y su postura frente a la transmisión aérea de las enfermedades, junto a algunas malas interpretaciones de textos científicos de otras disciplinas por parte de investigadores médicos, dejaron establecido un modelo que apenas ha sufrido cambios en un siglo.
Por eso han tenido que ser científicos de ramas no sanitarias, fundamentalmente físicos e ingenieros, los que obliguen a aceptar ese cambio en el modelo, un cambio que en realidad no lo ataca, sino que lo completa.
Afortunadamente, la solución al problema real, el contagio a través de aerosoles, era la misma que para las gotículas: la mascarilla. Con lo que, en realidad, la gestión de las autoridades sanitarias, aunque haya ofrecido una mala imagen desde el punto de vista de la comunicación, no ha contribuido a empeorar la crisis.
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