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Cuando Alfonso XIII expiró en Roma en febrero de 1941, le faltaban solo tres meses para cumplir 55 años. Su madre, María Cristina de Habsburgo-Lorena, había fallecido en 1929 camino de los 71 años. El destino se apiadó de esta dama de la ... casa imperial austrohúngara y le evitó presenciar que sus sacrificios personales durante la larga Regencia no habían servido a la larga para nada y que, además de caer el trono de Viena-Budapest, caía el madrileño. Así que Alfonso, de no haber sido un fumador compulsivo, quizá podría haber extendido su reinado hacia el horizonte de 1960. Sin embargo, sobre esta teórica posibilidad perdió 29 años, al abandonar España cuando llevaba otros 29 ejerciendo. Es decir, se perdió la mitad de lo que hubiera podido ser un largo reinado 'isabelino'.
La efeméride redonda de esta semana, los 90 años desde la proclamación de la república, deja un poco en la oscuridad que también es efeméride del exilio del rey. No está claro que renunciase a sus derechos. A un periodista de ABC le confesó en 1934 que esperaba que el líder de la CEDA, José María Gil Robles, propiciara el retorno de la monarquía, algo que el corresponsal veía con total escepticismo. Y vino la guerra civil, riesgo cuya evitación precisamente había sido el argumento de Alfonso para su renuncia. Al huir a Francia, desligó a la dinastía de males mayores y dejó un espacio posible, especulativo, a una tercera restauración.
Desde la óptica de la serie de reinados en que se resuelve medio milenio de historia de España, o incluso la serie que comienza en 1833 con los reinados liberales al morir Fernando VII, la segunda república y el estado nacional-católico de Franco forman un bloque de paréntesis, 1931-1975, entre dos monarquías de principio liberal: la de Alfonso XIII y la de Juan Carlos I.
Pero también hemos de recordar que, desde septiembre de 1923, Alfonso XIII no era liberal ya, pues aceptó el golpe y la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, que finiquitaba la Constitución de 1876. Así que hay un paréntesis más amplio, 1923-1976, si nos atenemos estrictamente a una definición de estado liberal con un rey en la cúspide de la administración. Podríamos ver esas tres fases excepcionales (1923-1930, 1931-1939, 1939-1976) como experimentos políticos, en mayor o menor medida fallidos, para afrontar los problemas de la España contemporánea. Estos problemas eran, por un lado, los que tenía por no ser aún 'Europa': económicos, educativos, neutralidad religiosa del estado y política del ejército, impulso cultural y científico, convicción liberal y democrática más amplia. Y por otro lado, los que tenía por ser 'uno más' en Europa: el campesino y la reforma agraria; el del obrero industrial y la utopía comunista; la urbanización acelerada; el colonialismo en la orilla sur mediterránea y el gasto militar concomitante; los vaivenes del comercio internacional; la efervescencia nacionalista, acelerada por la Primera Guerra Mundial; la progresiva descristianización de la cultura europea.
Estoy releyendo ahora partes del libro de Salvador de Madariaga 'España. Ensayo de historia contemporánea'. Se publicó por vez primera en 1930 y se fue actualizando hasta la duodécima edición en el año de su fallecimiento, 1978, coincidiendo con nuestra Constitución. Madariaga, diplomático y escritor gallego, era un liberal europeísta, profesor en Oxford hasta la llegada de la república, de la que fue embajador en Estados Unidos, en la Sociedad de Naciones y, fugazmente, ministro de Instrucción Pública. Marchó al exilio huyendo del peligroso caos republicano en Madrid del verano de 1936, y allí permaneció el resto de su vida, lanzando anatemas contra Franco y crítico con el papel de la Iglesia y con la falta de flexibilidad de las clases propietarias, pero también con los fallos graves de los dirigentes republicanos.
La tesis de Madariaga es (pg. 380) que la causa principal de la guerra civil fue la querella interna dentro del PSOE, entre revolucionarios largocaballeristas y pragmáticos de Prieto, que impidió la necesaria solidaridad con las fuerzas burguesas republicanas para consolidar el régimen. Madariaga aporta una comunicación personal de Diego Martínez Barrio, encargado por Azaña de forjar un amplio gobierno de consenso en julio de 1936 (dejando fuera solo a los comunistas y a la Acción Popular de Gil Robles) para frenar la sublevación militar, en que el político sevillano informa por qué no pudo ser: los socialistas y el conservador Miguel Maura se negaron a participar; eso excluía también ya a otras fuerzas de centro derecha republicano. Solo cabía el mismo solitario azañismo que venía gobernando desde el triunfo del Frente Popular en febrero. Así renunció Martínez Barrio y se nombró el gobierno Giral, totalmente desarbolado ante los rebeldes por un lado y ante el desorden político-sindical en su propio campo, por otro.
Rara vez un fenómeno histórico tan trascendente tiene una única causa. Pero el escaso espíritu republicano (solidario, institucional, leal) estuvo probablemente entre las que contaron para que la experiencia descarrilase. Mal se podía culpar a otros de esa falta constante de lealtad propia.
Para Cantabria, se han cumplido 90 años del final de su Plan A, que era la capital veraniega de España con la Familia Real y los VIP del reino. Cuando se empezaba a desarrollar un Plan B (la Universidad Internacional, el proyecto azañista de residencia presidencial en El Sardinero, el despegue de Valdecilla), estalló la guerra. Y el franquismo no devolvió el antiguo impulso (aunque en tan largo tiempo algo sí ocurrió: se consolidó la UIMP, se implantaron algunas grandes industrias de posguerra, y a última hora se apoyó la renovación hospitalaria impulsada por el doctor Segundo López Vélez y se constituyó la pequeña Universidad de Santander). Acaso al dictador le pareció que La Montaña era o demasiado alfonsina o demasiado republicana, y ninguna de las dos cosas le complacían. Ahora estamos en un Plan C: la interesantísima red de museos en construcción, que requiere ser complementada por las necesarias apuestas de futuro en sanidad y universidades. No hay Plan D, así que a por el C.
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