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Es una pena que Feijóo no asumiera el liderazgo del PP en 2019. Tres años perdidos; pero mejor tarde que nunca. Hablar de lo que pudo haber sido y no fue es un ejercicio generalmente improductivo, sobre todo si se empantana uno en el bucle ... melancólico.
Unos ejemplos. Con Feijóo en las elecciones de 2019, posiblemente el PSOE hubiera seguido siendo el partido más votado; pero con un Feijóo partidario de que gobierne el más votado, el PP hubiera devuelto al PSOE el favor que le hizo a Rajoy en 2016. Sánchez no hubiera necesitado echarse en brazos de Podemos y aún menos de los independentistas y si, a pesar de todo, hubiese decidido unirse a ellos el PP habría ganado una importante baza; en todo caso, Sánchez hubiera tenido mucha más capacidad de maniobra. Tampoco hubiera ocurrido el fiasco de Murcia y la subida meteórica de Vox... e Isabel Ayuso. Las negociaciones con el independentismo catalán, por otro lado, hubieran sido más productivas porque Feijóo hubiera estado dispuesto a trabajar con el PSOE en este 'asunto de Estado', como lo estuvo el PSOE en la aplicación del artículo 155. En fin, para qué seguir.
Pero lejos de caer en el bucle melancólico Feijóo ha venido a sacar al PP del pantano en que está metido. Así que el ejercicio anterior quizá no sea del todo improductivo, ya que apunta a un posible cambio de rumbo en la política española que a mí juicio se dirigía ciegamente hacia el abismo. Garantizar la alternancia en el poder (ojalá que más pronto que tarde para que PSOE salga también de su pantano particular) significa frenar la nefasta herencia autoritaria de Podemos y Vox. Una democracia sin alternancia no es democracia liberal sino popular, o iliberal como le gusta decir a Victor Orban.
En la gira por España, antes de su coronación como líder del PP, Feijóo ha desgranado en los mítines un programa que contiene varios puntos a cuál más revelador (ver DM del 21-3, pág 25). Empieza hablando de descentralización del partido ajustándose a un modelo Federal, que implícitamente propugna para el país, bajo la advocación de la España de las Autonomías. No sufre, como Ayuso, la contradicción de ser partidaria de un gobierno nacional centralista pero con una comunidad de Madrid excepcionalmente autónoma.
Continúa con la defensa de los 'pactos de Estado', cosa que hoy es un verdadero talón de Aquiles de nuestro sistema político, que debilita la gobernabilidad del país de puertas adentro y su prestigio de puertas afuera. Esto va ligado a su propuesta política para Cataluña: «No me conformo con ver a una Cataluña que quiere vivir a espaldas de España y a espaldas de Europa». Lo cual significa, en gallego, que está dispuesto a encontrar una salida consensuada al conflicto del 'procés'; cosa que no solo necesitaría un pacto de Estado sino una enmienda constitucional en la dirección federalista, aceptable para todas las partes.
Las relaciones con Vox merecen un punto y aparte. Feijóo reconoce de facto que el bipartidismo PP-PSOE necesita de las muletas de Vox y Podemos, a derecha e izquierda, para gobernar; pero con unas reglas del juego electoral modificadas, para evitar el desmadre en que ha incurrido el gobierno de Sánchez. Su propuesta es modificar la ley electoral para hacer mandatorio el gobierno del partido más votado (otro pacto de Estado); pero en su defecto propone un compromiso formal de ambos partidos para facilitar la investidura. La consecuencia lógica de cualquiera de los dos cambios es: la no dependencia de nacionalismos periféricos para gobernar; y la limitación del poder disruptivo de Podemos y Vox en un hipotético gobierno de coalición, ya que sus votos no serían decisivos para la investidura.
Otro punto nada baladí es que pone el énfasis en la gestión del poder, relegando a segundo término la conquista del poder. Esta inversión de valores, no solo en España sino en todos los regímenes democráticos, ha provocado un serio deterioro del sistema que ahora sería revertido a lo que fue en sus orígenes. Ello implica una seria reconsideración de la experiencia de gobierno como principal criterio para seleccionar los distintos cargos, no solo en el ejecutivo sino en el legislativo y el Judicial, incluso en su el propio partido: «No se puede llegar al gobierno a aprender» es su mantra.
Sería un error descalificar estas propuestas como típicas promesas electoralistas. No son promesas vacías que no se pueden cumplir. Son un auténtico programa de regeneración del partido, como paso previo a la regeneración del régimen de 1978. Solo por esto ya se ha ganado merecidamente el voto de sus electores a la dirección del partido. Si sigue así ganará el de muchos otros que hoy mantienen los dedos cruzados.
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