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Hace aproximadamente un año se nos informó de que en China había aparecido un virus en el hombre que era completamente desconocido y tenía el ... carácter letal. Al poco tiempo, y como consecuencia de su voracidad, las informaciones dieron cuenta del confinamiento de la ciudad donde apareció este virus, Wuham, y la alarma mundial hizo acto de presencia, aunque el proceso morboso quedaba muy lejos. Como escribió Martin Niemoller, «primero vinieron por los socialistas y yo no dije nada, porque no era socialista». Nosotros y muchos otros países, aún con la vista puesta en aquella nación, seguimos a lo nuestro.
No pasaron muchos días cuando se comenzaron a contabilizar los primeros casos de contagios en Europa, y en España, aunque la impresión no reflejaba la gravedad de aquel acontecimiento. De los brotes se pasó al contagio comunitario y llegó la presión, primero en los centros de atención primaria, después en los hospitales, hasta llegar a superar la capacidad de las UCI.
El proceso afectaba a toda la población, hombres, mujeres y niños de todas las razas y culturas, y, de forma especial, a las personas mayores, provocando tantos fallecimientos diarios que en el momento álgido impidieron las despedidas finales, de tal forma que muchas personas se fueron en total ausencia del cariño. Ello impuso un confinamiento cuyas repercusiones físicas y emocionales, amén de económica por significar el cierre de industrias y negocios de todo tipo, resultaron catastróficas, provocando, además de muertes, marginación, miseria y la ruina de muchas familias.
Después de la asistencia a lo largo del año de diversos periodos de tiempo en los que la pandemia incidía con violencia y otros en los que parecía que mejoraba muy en relación con las medidas preventivas, hoy asistimos a la culminación de un esfuerzo titánico del hombre que quedara en la historia como tal, y es el del descubrimiento de la vacuna, en diferentes formas, arma vital con la que se puede llegar a derrotar al virus.
La lucha ha sido y sigue siendo desigual entre el virus, letal, y el hombre, hasta ahora sin armas capaces de hacerle frente, utilizando diferentes medicamentos que habían dado resultado con otros virus, así como distintas combinaciones de éstos, y aunque se consiguieron ciertas mejorías en algunas situaciones, faltaba aquel eficaz que pusiera fin al desastre.
Hoy ha llegado la vacuna, que se inoculará lentamente a la totalidad de la población mundial, teniendo como primer objetivo llegar a un 70% de la ciudadanía, cifra que supone conseguir una inmunización de rebaño que impedirá los contagios y nos permitirá ciertas libertades, y con ello una aproximación a la normalidad definitiva.
Al contrario de lo que se ha venido diciendo, en la vacuna no se utilizan ni virus muertos ni atenuados; es el RNM el que traslada la información provocando en el sistema inmunitario la respuesta deseada. Además, no hay peligro alguno en su aplicación.
Entre la puesta de la primera dosis de la vacuna y la consecución de una inmunización de rebaño se abre un paréntesis de medio año en el que se han de seguir guardando todas las medidas preventivas que sabemos, usar mascarilla, mantener distancias y evitar aglomeraciones -donde sabemos que el virus se encuentra más cómodo- porque su capacidad de provocar devastación y muerte no ha desaparecido ni mucho menos. Esto es importante memorizarlo, porque la llegada de la vacuna nos puede hacer olvidar lo importantes que son este tipo de comportamientos.
Se hace también necesario pensar que el animal que contagió al hombre convive con éste, y esto ocurre porque nuestra convivencia con carroñeros, alimañas y depredadores es ilimitada. Estamos ocupando espacios ajenos a los nuestros, propios de determinados seres y ecosistemas, y los animales se revelan en defensa de su medio.
Aprendamos por si llega un nuevo caso que estaríamos frente a un problema de Estado, y esto requiere para su tratamiento hombres de Estado, serios, rigurosos, formados, capaces de pensar en el bien del país, del pueblo que gobiernan, además de hombres de ciencia, porque si analizamos lo que se ha hecho, y lo que se sigue haciendo, resulta cuando menos triste, penoso, y sonrojante.
¿Se dialoga? ¿Se contrastan criterios, ideas, y proyectos?. Todos cuando acuden al Parlamento llevan su idea, han concebido una determinada posición, su visión de la realidad, es su verdad, la verdad universal, no tienen dudas, por lo que al exponer la idea, jamás permiten la posibilidad de un enriquecimiento con la aportación de otros. «Lo mío es único, y además lo mejor».
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Ana del Castillo
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