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Activa la Navidad recuerdos de ausencias y hábitos entrañables, generando como consecuencia un radical contraste en el delicado territorio del ánimo. Por fortuna, algunos símbolos que siempre la caracterizaron se mantienen al socaire de la modernidad, de ordinario asoladora. Aún evoca, sí, el nacimiento de ... las figuritas de barro. Y el árbol repleto de espumillón y bolas. Y las lucecitas de colores. Y el bullicio en la compra de regalos. Y las castañas asadas en la máquina del tren urbano. Y los polvorones. Y el turrón. Y el mazapán. Y las bellísimas tarjetas de Juan Ferrándiz enviadas por Correo. Y las tarjetitas para pedir el aguinaldo (texto de una: «Con santo anhelo, / las fiestas yo os felicito. / Y si me dais un poquito / de vuestra dicha y ventura, / una alegría muy pura / llenará mi alma de amor. / Y agradecido y contento / queda vuestro servidor»). Y las comilonas. Y los villancicos. Y las composiciones melódicas, con el añorado Antonio Machín interpretando desde la radio la emotiva letra de Leopoldo González: «Campanitas que vais repicando, / Navidad vais alegre cantando. / Y a mi llegan los dulces recuerdos / del hogar bendito donde me crié. / Y aquella viejita que tanto adoré: / mi madre del alma, que no olvidaré». Y la tradicional Lotería. Y las sonrisas entre amigos. Y el tele-reloj madrileño de la Puerta del Sol dando las campanadas. Y las uvas amontonadas en la boca. Y los besos y abrazos. Y los brindis con cava. Y los buenos propósitos que no se cumplirán. Y muchísimas cosas más de huella indeleble en la memoria. El etcétera es casi infinito.
En plena fiesta del consumo, la atmósfera que crea la Navidad sigue resultando indescriptible. Por múltiples razones, no se puede comparar con otras. ¿Motivo? Estimula al máximo el músculo invisible más importante del hombre: la sensibilidad. De hecho, como consecuencia de la transformación temporal a mejor que opera en determinados ciudadanos, se oye a menudo: «¡Debería ser Navidad todo el año!». Y no. Lo necesario es que sean mayoría las personas que mantengan los once meses anteriores la misma actitud mostrada durante este. De manera especial en sus fechas clave (Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Año Nuevo). Así de simple. Y de utópico, claro.
Dice Chaplin en 'El gran dictador' al ejecutar su vibrante monólogo: «En este mundo hay sitio para todos. La buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado nosotros. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que máquinas, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo». ¡Cierto! Discurso lúcido donde los haya. Y vigente, pues el inolvidable genio del humor talentoso lo escribió en 1940, que ya ha llovido. «Pensamos demasiado y sentimos muy poco». Equilicuá.
¡Ojalá que la nueva Navidad sirva para que bastantes individuos dejen de cultivar el egoísmo y dediquen más horas de la existencia a sentir! ¡Ojalá que las riendas de los intereses dejen de inmovilizar la afectividad, que o se ejercita o se atrofia! Precisa nuestro planeta de residencia habitantes de vida vivida. Es decir, atentos a cuanto les afecta y cuanto les queda cerca e incluso lejos. De acontecer tal prodigio, un elevado número de los males que nos acosa como sociedad desaparecerán de la noche a la mañana. No se olvide que, en oposición a la que emplea para desarrollar el mal, la capacidad del hombre para sembrar el bien es ilimitada. Ahí radica la pequeña/gran esperanza de forjar cualquier siglo de estos un futuro mejor. Esperanza opacada con cruel frecuencia por la desalentadora realidad sobre la que levanta acta a diario y en cualquier país el periodismo.
Empero, no confiemos en que el panorama general cambie por sí mismo., porque no ocurrirá (Paulo Coelho: «El mundo cambia con tu ejemplo, no con tu opinión»). Deberá transformarse interiormente cada cual si de verdad pretende modificarlo en positivo. En el epilogo de su trayecto, 2022 crea para ello la oportunidad ideal. Acariciado por el espíritu navideño, ¿está usted dispuesto a dar hoy el primer paso? ¿Será más amable con los demás? ¿Dirá más a menudo «por favor», «gracias» y «te quiero»? ¿Será más generoso? ¿Y más comprensivo con los errores ajenos? ¿Pedirá perdón por sus equivocaciones? ¿Valorará más las virtudes de los otros y criticará menos sus defectos? ¿Ofrecerá sus manos para auxiliar a quien las necesite? ¿Practicará la empatía? Propuesto queda el reto. «Campanitas que vais repicando...».
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