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Desde la terraza del restaurante La Divina Pastora, pasado el de Los Doce Apóstoles, y una vez atravesado el túnel bajo la bahía, se contempla un magnífico panorama de la «siempre fiel Habana», como la definió Felipe II. Vigila, más arriba, el Castillo de los ... Tres Reyes del Morro, una fortaleza situada sobre la bocana del puerto, donde Luis Vicente de Velasco, montañés de Noja, escribió en el año 1762 una de las páginas más brillantes de heroísmo y estrategia de la historia. Velasco defendió patria, rey, ciudad, bandera y honor ante una fuerza inglesa tan superior en número que, según la BBC, era «la escuadra naval más grande que había cruzado el Atlántico hasta entonces». Fidel Castro, honrando a Velasco, destacó «el ejemplo que dio al mundo de lo mucho que se puede hacer con poco cuando está al mando un militar capaz y de un valor temerario».
En la fiera batalla a sangre y fuego de cincuenta y tres días de asedio, y en los combates dentro ya de La Habana –el criollo Pepe Antonio inventó y practicó en sus calles el 'ataque a machetazos', muy temido por los terribles destrozos causados–, participaron montañeses, pero los grandes protagonistas junto a Velasco, nacidos también en Cantabria, fueron inanimados: los cañones de hierro fundidos en la Real Fábrica de Artillería de La Cavada, algunos de los cuales se conservan en El Morro, otros en aquellos lugares que un día pertenecieron a España, en diversas fortalezas nacionales y en el visitable museo de la capital del municipio de Riotuerto. Los altos hornos de La Cavada y Liérganes, primeros construidos en el país, contribuyeron decisivamente a la modernización armamentística de los ejércitos y fueron durante años sostén del imperio.
Los cañones de hierro surgieron de la necesidad de sustituir los caros y poco eficaces cañones de bronce para equipar a unos navíos de guerra que portaban más de setenta piezas. La elección de Liérganes y La Cavada, hace ahora justamente cuatro siglos, resultó obvia: la existencia de un río de caudal constante durante varios meses del año, el Miera; toda la madera necesaria para la obtención de carbón vegetal; proximidad a los astilleros de Guarnizo y al puerto de Santander y una mano de obra abundante y barata. Durante más de doscientos años, los que van desde 1622 a 1835, la Real Fábrica dotó de cañones a los buques de la Armada y a las baterías de costa. Pero, aunque la instalación mejoró las condiciones de vida en una zona empobrecida entonces, Cantabria pagó un alto precio: miles de hectáreas de bosque quedaron arrasadas con efectos devastadores.
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