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Al celebrarse el próximo 1 de febrero el cuadragésimo aniversario de la entrada en vigor del Estatuto de Autonomía para Cantabria, podría parecernos que ha pasado ya mucho tiempo. Sin embargo, así como no consideramos mayor a una persona de 40 años, mucho menos hemos ... de hacerlo con una realidad institucional que va a perdurar durante décadas, si no siglos. Quiero decir que Cantabria, como autonomía, es una región joven, por más que sus raíces históricas se remonten a dos mil o más años. Como conjunto de instituciones democráticas de autogobierno, Cantabria es muy joven, y esto nos lleva a conmemorar la efeméride con toda la amplitud de horizontes y esperanzas que son propias de la juventud. Nuestra tierra tiene aún grandes capacidades que puede desplegar.
Deseo recordar el papel fundamental que muchos políticos de Cantabria, tanto parlamentarios nacionales como provinciales y destacados alcaldes, desempeñaron en el proceso autonómico. Y, desde luego, fundamental fue el de Justo de las Cuevas, entonces líder de UCD y máximo responsable del impulso, que pactó el proceso autonómico con el secretario general socialista, Jaime Blanco. Ambos, convencidos de que la provincia de Santander debía de ser región, fueron capaces de empujar y convencer incluso a los suyos, y poder sacar adelante el Estatuto. Un proceso no exento de dificultades pero que llegó a buen puerto, por eso mi reconocimiento y admiración a esa época política y a sus protagonistas .
Para mí es un orgullo haber vivido desde niño, en mi propio entorno familiar, esa vocación tan total por una Cantabria autónoma y democrática. Es preciso mencionar también figuras imprescindibles de aquella hora, como Alberto Cuartas, Leandro Valle y Roberto Sáez. Todos ellos hicieron posible algo que, unos pocos años antes, hubiese parecido pura política-ficción. Es cierto que, aparte del centro derecha y el centro izquierda otras figuras se sumaron al procedimiento autonómico, aunque dado que su representatividad social y política era mucho menor en aquellos instantes, fueron más bien acompañantes externos del acceso al autogobierno, y de ningún modo protagonistas.
Ha querido el destino que la conmemoración de nuestro Estatuto coincida con la etapa, esperemos que final, de una terrible pandemia con secuelas sobre las personas y las economías. Ha sido quizá una de las pruebas más duras a la que ha sido sometida nuestra autonomía, sobre todo porque la descoordinación absoluta del Gobierno de PSOE-Unidas Podemos en lo referente al covid-19 ha sido incalificable y ha dejado a las comunidades a los pies de los caballos, a veces incluso con procedimientos declarados después contrarios a la Constitución. En la pandemia, a pesar de todos los problemas, las autonomías han dado la cara con sentido de la responsabilidad, mientras la Administración central oscilaba entre el centralismo absoluto y la anarquía generalizada. Otra cosa es la agilidad y los resultados según la casuística de la incidencia en cada comunidad, pero la actitud ha sido la de dar la cara y tomar decisiones, mientras el Gobierno de España desaparecía de escena.
Pero corremos el peligro de que el problema sanitario y económico de la pandemia tiña demasiado con sus colores oscuros el balance de nuestros cuarenta años de autonomía. Ha habido éxitos notables y siguen existiendo problemas que ya lo eran cuando logramos nuestro Estatuto en 1981, como las dificultades del mundo rural o de buena parte de la industria.
Una parte muy importante de nuestros siguientes cuarenta años como comunidad histórica española están vinculados al tipo de mundo que estamos viviendo, con un predominio cada vez mayor de un capital basado en conocimiento y en tecnología, y al mismo tiempo necesitados de unos principios éticos en el trato con la naturaleza y con el propio ser humano. Si tuviéramos que elegir solo tres palabras para estas situaciones, serían quizá innovación, sostenibilidad y solidaridad.
En Cantabria tenemos muy buena base para la innovación, como fundamentos educativos y científicos, así como empresas con iniciativa. Pero está claro que hay que fomentar mucho más este aspecto dando más facilidades administrativas, fiscales, de suelo, de formación a la carta, de capital riesgo, de permitir la experimentación. Y esto supone un plan para atraer talento juvenil de otros sitios, además de retener el que ya existe. Queda mucho trabajo en esta faceta. En Cantabria disponemos también de buena base para la sostenibilidad, pues somos uno de los territorios españoles donde más calidad de vida y entorno natural se han preservado. Precisamente la autonomía facilitó una más intensa protección de estos valores.
Sin embargo, de cara a un futuro necesitamos mejorar mucho en usos de las zonas rurales, transición energética tanto en producción como en consumo, modernización industrial, eficiencia en los edificios y usos turísticos respetuosos.
Me preocupa especialmente que las malas políticas económicas y la gestión no óptima generen desigualdades persistentes y heredadas por los más jóvenes. Esto no lo podemos permitir en una comunidad de poco más de medio millón de habitantes. Nadie se debe quedar atrás, y con una administración tan cercana como la uniprovincial no hay excusa posible para no equilibrar las oportunidades de las personas.
Sinceramente pienso que aquellos pioneros de la autonomía de Cantabria en 1981 tenían en sus ideas esta clase de comunidad: avanzada y emprendedora; respetuosa de los valores naturales y culturales; y solidaria e inclusiva. Y contrastar esos ideales con nuestra realidad presente determina no solo el balance que cada uno haga de estas cuatro décadas de autogobierno, sino también la agenda de las tareas que tenemos por delante. La autonomía abrió para la sociedad cántabra un gran campo de oportunidades y de libertad. Con gratitud para quienes lo consiguieron, reconocemos también con ilusión a los jóvenes que están a punto de demostrar lo mucho que pueden contribuir a nuestra tierra.
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