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El próximo mes de enero se cumplirán cuarenta años de la publicación en el BOE del Estatuto de Autonomía de Cantabria. Cuatro décadas es tiempo ... suficiente para realizar una evaluación del desempeño de la región, de los avances y retrocesos, de los éxitos y los fracasos. Hacer balance de lo ocurrido es obligado y, en mi opinión, debe realizarse con ánimo constructivo, es decir detectando los aciertos y lo errores para multiplicar los primeros y reducir los segundos. Creo que no es bueno temer afrontar ese examen. Solamente del análisis pueden deducirse nuevos caminos que permitan a los cántabros un mejor nivel de vida, porque cuando decimos Cantabria no es posible olvidar que no nos referimos a un ente abstracto, sino que en realidad nombramos a los ciudadanos que viven, trabajan, estudian y pagan impuestos en esta comunidad.
Un primer asunto listo para el debate será la idoneidad de la opción tomada de convertir la provincia de Santander en comunidad autónoma uniprovincial y el abanico de futuribles que de ella se desprenden. Creo que ese no es el mejor camino, porque al margen de los argumentos a favor o en contra lo cierto es que revertir la decisión es prácticamente imposible y por tanto empeño inútil. Mejor será centrarse en lo sucedido en estas cuatro décadas en las que nuestra región ha tenido en su mano muchas competencias y el manejo de alternativas para mejorar la vida de los cántabros.
Durante este largo periodo han gobernado tres partidos diferentes: El Partido Popular, el regionalista en coalición siempre con PP o PSOE y finalmente el PSOE en un gobierno con el PRC. No cabe, por tanto, un rosario de culpas de unas formaciones a otras, porque los tres grandes grupos políticos que suman prácticamente el noventa por ciento del voto han tenido responsabilidades de gobierno. Parece más adecuado centrarse en el modelo de región promovido y en un hecho llamativo: los tres grandes partidos han coincidido de facto en propiciar una misma visión de Cantabria.
La lectura de estos cuarenta años -periodo más largo que la dictadura franquista- debe hacerse en términos comparativos. No se trata de ver cuanto ha progresado la comunidad, que ha sido mucho, sino de medir los avances en relación al resto de España: el primer vistazo no es nada halagüeño. Cantabria, se ha quedado fuera de las infraestructuras esenciales. De un tren de alta velocidad mejor no aventurar fechas, sigue pendiente la conexión directa por autovía con Madrid y los grandes proyectos se esfumaron porque estaban construidos sobre vanas palabras.
La mirada al pasado reciente debe estar enfocada hacia el futuro. De nada sirve enzarzarse en reproches. Lo que si es necesario es trazar las líneas maestras que permiten afrontar el presente y el futuro con éxito. Cantabria debe definirse: ¿Queremos conservar al máximo nuestro patrimonio natural o estamos dispuestos a sacrificar una parte en aras de más dinamismo económico? ¿Permanecemos impasibles mientras los jóvenes mejor preparados salidos de nuestras universidades se ven obligados a buscar su futuro fuera de Cantabria? ¿Dejamos en manos del Gobierno central los grandes asuntos o alzamos la voz para ampliar el autogobierno? ¿Apostamos por la colaboración público-privada u optamos sólo por lo público o lo absolutamente privado? ¿Fiamos al turismo y los servicios nuestro futuro? Las preguntas se agolpan y precisan respuestas para con ellas trazar el rumbo hacia las siguientes décadas.
El autogobierno es una buena herramienta para activar políticas económicas, sociales, culturales y por ello el resultado global de lo ocurrido estos últimos cuarenta años es, en gran parte, nuestra propia responsabilidad. El otro componente de la ecuación es el gobierno central, que en estas cuatro décadas ha sido de izquierda, derecha o ahora de la izquierda coaligada con la extrema izquierda. Si comparamos los avances de otras regiones se percibe que nuestra tierra no ha sido afortunada y que padecemos serias carencias. Lo cierto es que Cantabria elige cinco diputados nacionales, una cifra nada desdeñable pero esa influencia se diluye a la hora de negociar porque los diputados tanto de derecha como de izquierda apoyan a sus colegas y merman la capacidad de influencia. Una solución posible se basa en un pacto entre todas las formaciones políticas para consensuar dos o tres asuntos esenciales y unir los cinco votos al margen del color del gobierno de turno, de manera que al modo de otras regiones se tenga más en cuenta las peticiones de Cantabria. Una idea que, por desgracia, no se traducirá en hechos.
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