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Uno de los proverbiales más conocidos, al que sin embargo no solemos prestar demasiada atención, es el que sostiene que, «los árboles no dejan ver ... el bosque». En efecto, con frecuencia solemos juzgar las cosas desde una perspectiva demasiado cortoplacista y, olvidándonos de poner las luces largas, dejamos de lado lo que son tendencias de fondo, las que de verdad muestran de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Cantabria cumplirá a finales de este año el cuadragésimo aniversario de su nacimiento como comunidad autónoma. Desde entonces hasta ahora han sucedido muchas cosas en el plano económico, y aunque ha habido periodos de bonanza y de declive, en términos comparativos, y tal y como se nos recordaba no hace mucho en este diario, son estos últimos los que priman. Es indudable que hoy vivimos mejor que en la década de los setenta, pero también lo es que, y de ahí la referencia a los árboles y el bosque, hemos evolucionado menos favorablemente que el conjunto del país. De ahí que, sin temor a exagerar, se pueda hablar de una cierta decadencia o declive.
Una reciente publicación del Consejo General de Economistas de España, en la que se analiza de la dinámica de nuestras comunidades autónomas desde 1975 hasta la actualidad, muestra, sin ambages, que esto es así; al menos lo es en relación con los parámetros que interesan: la demografía, la ocupación, la producción, la renta y la productividad.
Empezando por la población, hay que señalar que creció cerca de un 20% entre 1975 y 2020, lo cual estaría bien si no fuera porque la evolución nacional fue más potente; como consecuencia de ello, el peso demográfico de Cantabria en España ha pasado del 1,37% al 1,23%. Algo similar, aunque incluso de forma más acusada, ocurre en lo que atañe al volumen de ocupación regional, que aumentó en la región un 22%, cuando en el país lo hizo un 56%; el resultado es que, si en 1975 el 1,41% del empleo nacional pertenecía a Cantabria, en 2020 sólo lo hacía el 1,11%.
En cuanto a la producción, lamentablemente se repite la historia, pues mientras que en Cantabria creció a una tasa media anual acumulativa del 1,45%, en España lo hizo a una tasa del 1,75%. Tomando en consideración de forma conjunta la evolución del PIB y la población se aprecia un nuevo motivo de preocupación: el PIB por habitante, que en 1975 era un poco mayor en la región que en la nación, en 2020 es menor, e incluso con más holgura que en el caso opuesto; el motivo, que en Cantabria creció a un ritmo medio anual del 1,49% y que en España lo hizo al 1,75%. Esta historia se repite, casi de forma mimética, con la dinámica de la productividad, ya que, pese a haber crecido en la región más de un 63% en los cuarenta y cinco años que van de 1975 a 2020, sucede que, de tener un nivel un 6,3% mayor que la media española en el primero de los años citados, ha pasado a tenerlo un 4,5% por debajo de esa misma en 2020.
¿Cuáles son las causas de este declive? Pues, si uno acude a lo que nos enseña el análisis económico, tendría que concluir que dos de las más importantes están relacionadas con la escasa inversión en I+D+i y con que la inversión en capital público ha crecido en Cantabria a una tasa inferior a la del conjunto del país. Si a esto se le une el escaso empuje empresarial de la región y el reducido peso político de la misma a escala nacional entenderíamos mejor, probablemente, la deficiente trayectoria económica seguida por nuestra comunidad en los cuatro últimos decenios.
Sin pretender culpabilizar a nadie, parece evidente que los gobernantes (y los ha habido de todos los colores), los empresarios, los sindicatos y la sociedad civil, todos, en definitiva, somos responsables de lo sucedido. Y dado que, como en el cuento famoso, no sirve llorar sobre la leche derramada, más vale que seamos conscientes de ello y actuemos en consecuencia. Para lo cual, y ya lo he apuntado en varias ocasiones, lo primero que hay que hacer es lograr un consenso real entre los colectivos arriba mencionados y apostar decididamente, y en colaboración con las comunidades autónomas vecinas en asuntos de interés general (como la conexión ferroviaria de la cornisa), por una economía más competitiva y eficiente.
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Ana del Castillo
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