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La frase «esto huele a puchero de enfermo», referida a un asunto concreto, está recogida en el diccionario de la RAE como «cosa consabida, insustancial ... y fuera de razón» y en el uso habitual del español se utiliza para describir una situación que, pese al paso del tiempo, no encuentra solución. La expresión ha sido utilizada por numerosos escritores y por ello queda con un significado claro: un problema que no se resuelve y que se mantiene pendiente durante años y años. En nuestra región el aroma a puchero de enfermo emana de diferentes vasijas y lejos de airearse se espesa año tras año.
El año 2021 se puede dar por agotado para hacer balance de lo sucedido. En los últimos doce meses, ninguno de los asuntos que se cuecen en el puchero cántabro ha salido del fuego para ser servido en la mesa. El guiso sigue humeando e inundando con su tufo frustrante y cansino esta tierra estrecha que se extiende desde las montañas al mar en una pendiente feraz y hermosa.
Uno de los problemas que más años sigue cociéndose a fuego lento es el de los cientos de viviendas que han sido declaradas ilegales en los tribunales de justicia y que tienen una sentencia que obliga a su demolición. Obviando la incongruencia de algunos planes urbanísticos, que son causa de estas decisiones judiciales, la cuestión central es que cientos de familias que adquirieron una casa con todos los trámites precisos, con absoluta legalidad, se topan con una sentencia que determina el derribo de sus inmuebles. El problema lleva no ya años, ni lustros, sino décadas sin solución. Algunos de los propietarios han fallecido sin ver resuelto su problema.
La sentencia que obliga a demoler la estación depuradora de Vuelta Ostrera, en la ría de Suances, no se ha ejecutado, pese a los años transcurridos desde que fue dictada. El debate sobre el nuevo emplazamiento de la depuradora que debe sustituir a la actual, se prolonga año tras año sin que los alcaldes, consejeros, ingenieros y expertos encuentren un lugar en donde construir la nueva EDAR.
Estas decisiones judiciales, ajustadas a la letra de la ley, son un ejemplo paradigmático de un sistema legislativo carente de sentido común y, quizás por esa razón, impotente para ejecutar lo dictado por los jueces. Cuando la ley se escribe sin sentido común, sin tener en cuenta el interés general, su cumplimiento se hace difícil y de ahí que ejecutar determinadas sentencias se complique hasta el absurdo.
En la red ferroviaria el puchero atufa. El soterramiento de las vías en Torrelavega es un clásico que cada cuatro años aparece en el debate de los presupuestos generales del Estado, para quedar al pairo hasta el año siguiente. Lo cierto es que avances reales, ninguno. En Santander sucede lo mismo con la decisión, nunca ejecutada, de unificar las dos estaciones y de esa manera recuperar como espacio público miles de metros cuadrados en la entrada a la ciudad. Los avances solamente se perciben sobre el papel... sobre el papel prensa, porque el guiso se cocina lentamente, tan despacio que ya casi ni huele.
La red de trenes regionales tiene tantos agujeros que más que red es un vacío. Los planes para convertir los veinte kilómetros de vía entre Santander y Torrelavega en un metro-tren permanecen congelados y cuando se trata de conectar con Liérganes y Solares las averías son continuas. Las quejas se acumulan mientras el tiempo transcurre inútilmente.
En Santander se cocina con la misma receta: el convenio firmado por el Museo Reina Sofía, el Ministerio de Cultura y el Ayuntamiento para convertir el edificio del Banco de España en sede museística y ubicar en ella la colección/archivo Lafuente permanece a la espera de no se sabe qué. Mientras la iniciativa privada ha inaugurado, ya hace tiempo, el Centro Botín y las obras del proyecto Pereda avanzan buen ritmo, el deshabitado inmueble del banco de España sigue inútil esperando que algún día lo ya firmado pase del papel a la piedra.
La reconstrucción del Museo de Arte Santander (MAS), tras el incendio, es otra obra proyectada que no acaba de iniciarse y ello a pesar de los tramites ya avanzados. Es más, este artículo también desprende ese olor característico de las aguas estancadas. Termino este texto y me acosa la duda de si lo que escribo no es más que una nueva versión de otras columnas publicadas hace años. Es necesario sacar los pucheros de la lumbre y airear a fondo la cocina.
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