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Hace un año el patio del Parlamento rebosaba de invitados que conmemoraban el aniversario del Estatuto de Autonomía de Cantabria, sin saber que estábamos llamados a protagonizar la calamidad de una pandemia. Ahora peleamos por superar esta adversidad gracias a la infatigable tarea de los ... empleados públicos, quienes -en estos difíciles meses- han dado lo mejor de sí mismos.
En estos once meses de tragedia, más de cuatrocientos cántabros y cántabras han perdido la vida. Cada muerte es un escalofrío que recorre los hogares y los corazones de sus familiares y amigos.
La crisis sanitaria ha generado una crisis social y económica común a toda Europa. Como consecuencia, la precariedad laboral y el paro se han agudizado. Decía Nicolás Redondo -uno de mis referentes- que nuestro modo de vida se asienta en la cultura del trabajo, sin que, en nuestro horizonte generacional, quepa vislumbrar alternativas a este inexorable armazón social. Es prioritario, por tanto, centrar esfuerzos en reconstruir y recuperar la economía. Debemos ser capaces de emplear más tiempo en generar ideas y entusiasmo que críticas y quejas.
Cada 1 de febrero evocamos el invierno de 1982 en el que conseguimos el Estatuto de Autonomía. La mayoría de ciudadanos han nacido ya en ese mundo nuevo que desterró la provincia de Santander para reivindicar una identidad propia.
Los cántabros hemos entendido bien lo que significa nuestra identidad, sin hacer de nuestro origen una exclusión. Por el contrario, la sociedad cántabra ha ido incorporando población inmigrante que convive entre nosotros desde la concordia y el respeto. Todos ellos son también cántabros. Los hijos de esos inmigrantes -de cualquier raza, color y credo- ya son hijos de Cantabria, ya nacen cántabros.
La patria cántabra es la gente, las personas que habitamos esta tierra. Pero nunca hay excusa para convertir ese origen en adversidad, ni para invocar nacionalismos excluyentes que atentan contra ese principio de igualdad de las personas, a quienes acepta o excluye en función de dónde ha nacido. Nacer cántabro, catalán o gallego no nos da derecho a estar por encima de otro, no nos da derecho a levantar muros contra otro. Nacer español, tampoco.
En todas las sociedades está presente la diversidad y se enriquecen de ella. España es un ejemplo de crisol de culturas, somos una mezcla de iberos, romanos, musulmanes y todas las influencias que hemos tenido en la historia.
Debemos defender y reivindicar nuestras instituciones, y nuestro autogobierno, que nos permite gestionar competencias de manera más cercana junto a los ayuntamientos, que asumen también asumen algunas de ellas puesto que es la primera instancia a la que recurren los ciudadanos.
Debemos defender y revindicar, también, la importancia de nuestro Parlamento que tiene como función elaborar leyes para los cántabros y ejercer el control del Gobierno de Cantabria, que es un acicate para el propio ejecutivo.
El Parlamento es reflejo de la pluralidad social con cinco grupos políticos y mantiene vigente un firme compromiso con los principios de lealtad y de cooperación institucional. Quienes nos han votado no quieren vernos discutir ni pelear entre nosotros. Quieren vernos juntos, luchando contra la crisis. Quieren que hablemos de sus problemas, no de los nuestros, y que les solucionemos. Solo así recuperaremos y mantendremos la confianza de los ciudadanos en las instituciones.
Este año nuestro Estatuto se ha reformado, por consenso, para suprimir la condición de aforados de los miembros del Gobierno y del Parlamento, que ahora somos judicialmente iguales a los ciudadanos que nos votan. Sin privilegio alguno.
El año que viene la autonomía de Cantabria cumple 40 años y aspiramos a poder celebrarlo ya con la derrota de la pandemia. La llegada de la vacuna alumbra ya ese horizonte de esperanza. Con cada nueva inyección surge la esperanza de que regresen los ansiados abrazos y brota la expectativa de una vida nueva, lejos de duelos, temor y restricciones.
En esa ilusión, debajo de las mascarillas están las sonrisas de la gente, sobre todo de nuestros niños y niñas, que han asumido esta situación con admirable comportamiento. Con todo, y mientras tanto, hay que prohibirse el pesimismo y militar en el credo vital de la esperanza y la alegría. El invierno puede ser largo, duro y frío. Pero siempre, siempre, le acaba venciendo la primavera.
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