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¡Lo que tiene que hacer una para comer, señorito!». La frase es de Gracita Morales, la más celebre chacha del cine español, compartido ese papel de primera sirvienta del país con Florinda Chico y Rafaela Aparicio. Eran los años del destape, muerto Franco y ... la censura, con una nómina de actrices y actores que acaparaban la mayor parte de las películas del género. Entre las que no dejaban nada a la imaginación, porque lo mostraban todo, destacaban Bárbara Rey, otra vez de actualidad por el recuerdo de su frecuente afición a encamarse con el emérito; la exótica Nadiuska, quien pasó de mito y sueños eróticos al psiquiátrico; María José Cantudo, Bibiana Fernández, Susana Estrada o la recientemente fallecida Ágata Lys. Entre los hombres, con Landa y Arturo Fernández a la cabeza, López Vázquez, Saza, Pajares, Esteso, Ozores o Sacristán eran personajes principales.
Algunos de ellos, cual es el caso de Victoria Vera, Alfredo Landa, José Sacristán y José Luis López Vázquez, recondujeron sus carreras y demostraron su talla actoral, alejada del histrionismo y chabacanería del tipo de películas a las que Fernán Gómez llamaba 'alimenticias', es decir, aquellas de baja calidad en las que participaba «porque hay que comer todos los días». Otros continuaron a lo suyo con cierto éxito y llegó el olvido para los demás. Pero la frase de Gracita Morales o el lamento de Fernán Gómez responden a una misma realidad: la necesidad de contar con amplias tragaderas, en la acepción académica de la capacidad de tolerar cosas inconvenientes, para conseguir o mantener un bien concreto, un empleo o un cargo remunerado. Hasta la adulación puede ser entendible si no se traspasan ciertos límites del decoro y el respeto a uno mismo.
La credibilidad de los políticos se acerca a cero. Solo el 1,9% de los españoles confía en ellos, según los sondeos, una cifra que sin ser nada aún parece mucho. El final de año es el momento del balance de lo que ha sido, lo que pudo ser y las promesas de lo que no será. Mas la falsedad, siendo directa, también se produce por omisión. En Cantabria, los mensajes de los líderes socialistas o del PSOE –no sé si hoy significa lo mismo– rivalizaron en la desmesura y sirven de ejemplo para mostrar cómo se pasa de la loa comprensible y discreta al botafumeiro exagerado y grotesco. Ni una referencia al salvaje recorte a la financiación regional; ni un reproche, siquiera velado, a la inacción de la Moncloa en el Corredor Atlántico; ni palabra sobre los ganaderos ni el lobo ni nada que no suponga sumisión, aunque la política de Sánchez perjudique gravemente a la tierra que vio nacer a los firmantes.
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