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La explosión regionalista cántabra se produjo en el inicio de siglo coincidiendo con la llegada de ingentes cantidades de dinero europeo. Era el maná de los fondos de cohesión. Con ellos, Revilla y su equipo dirigieron, con no poca ejemplariedad, la renovación de ... carreteras, puertos, e infraestructuras diversas en toda la región. La habilidad política de nuestro actual presidente capitalizó su gestión e impulsó su presencia hasta conseguir singulares posiciones mandantes en la política regional última.
Ahora llevamos años suplicando dineros de fuera que no llegan, sea de Europa o Madrid. Nuestros indicadores económicos son regulares. Además, empeoran comparados con nuestras vecindades pujantes, algunas primadas por el Gobierno. La ciudadanía percibe ya una trayectoria de retroceso que, en lo visible, significa más paro y menores inversiones externas, y en lo no visible conlleva una senda de gasto público, con base en el endeudamiento, que crece sin generar riqueza productiva. Todo un aviso de jaque mate.
Se quiere creer que la sequía económica desde Madrid es sólo coyuntural; pero lo que parece más cierto es que el peso político cántabro en lo nacional es tan escaso que no podremos detener la asimetría del reparto de los fondos europeos extraordinarios. Cantabria padecerá una vez más la procrastinación desde el Estado. Somos hace tiempo olvido y retrasos.
Mientras tanto, en nuestra región las licencias de obras tardan años en concederse; los planes de urbanismo no se actualizan; la gestión medioambiental es procelosa y casi siempre lenta; algunos empresarios acaban yéndose a territorios vecinos más diligentes; la administración aparece en no pocos casos como paralizadora; el emprendedor se agota en una gymkana de dificultades. Todo ello da lugar a una sensación de parálisis regional acompañada de un intervencionismo omniabarcante; justo lo contrario de lo que necesita una economía pujante.
Hace ya más de 20 años que el regionalismo cantaba en sus mítines aquello de «queremos el tren». Se refería al tren a Madrid, desgraciadamente repudiado en los planes de la red europea. Se repiten promesas de «ahora sí se hace», pero no dejan de diluirse en la nada. Ese tren es hoy sólo un poco más rápido que en el siglo XIX, cuando se hizo y éramos vanguardia de España. Ahora ya somos parte de la cola.
Nuestra región, o apuesta por dejar de lloriquear a Madrid y concentrarse en proponer agilidad a los emprendedores de dentro y fuera, con reducción incluida de impuestos y gastos, o en pocos años solo será un lugar de emigrados a la fuerza y nativos supervivientes. Ya está claro que nadie de fuera va a venir a salvarnos.
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