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La creación de una orquesta sinfónica en cualquier lugar del mundo no es tarea sencilla. La variedad de instrumentistas tiene que ser grande y la dirección, plural. Una tarea que necesita tiempo y que en 2019 comenzó la Oscan, una orquesta con residencia santanderina y ... apellido cántabro. Una Sinfónica pequeña, adaptable y con un objetivo claro: ser estables y capaces de llegar (y llenar) escenarios nacionales e internacionales. Su presentación en el Palacio de Festivales el pasado martes 22 fue un reconocimiento a su joven madurez en un concierto especial, navideño y con mascarillas.
El programa que presentaron quería ser un canto a la vida, al descubrimiento de la energía interior que nos da la música. Vivaldi ayudaba con su 'Gloria en Re Mayor RV 589 (1713¡) y la potencia de la 'Sinfonía nº 7 en La Mayor' de Beethoven (1811-1812) aportaba alegrías, allegretto y allegro con brío. Una celebración musical que tuvo sus obstáculos: el Coro Lírico de Cantabria cantando con mascarilla, veintiocho voces respirando entre filtros y emitiendo sonidos atemperados. Toda la sección de cuerda sufrió también el para ellos menor inconveniente, pero más largo: ochenta concertados minutos.
La primera parte, Vivaldi en su 'Gloria', tuvo buenas vibraciones, una orquesta conjuntada y solistas que brillaron: el oboe de Enrique Álvarez junto al violonchelista Diego Quintana y la soprano María del Mar Fernández Doval hicieron del sexto movimiento –'Domine Deus', 'Rex Celestis'– una delicada y emocionante interpretación. El coro hacía lo que podía –y se notaba que podían– con sus distancias y mascarillas, la cuerda sonaba firme a las órdenes de Paula Sumillera, una directora que desde el primer compás dirigía con un entusiasmo físico desbordante.
Un intermezzo imprevisto permitió ver la conversión delante el público de una orquesta barroca en una orquesta romántica, de Vivaldi a Beethoven cien años trascurrieron de golpe. 37 músicos en el escenario empezaron animosos una introducción de un primer movimiento de la Séptima Sinfonía que pasó del apacible y lento sostenuto a un vivace explosivo. Los metales dialogaban con la cuerda en pasajes exigentes resueltos con oficio. El cuarto movimiento, ese en el que la partitura pide cambios trepidantes, fue resuelto con esfuerzos que se notaban. Un concierto de una orquesta que tiene futuro. Otros retos vendrán. Cantabria ya tiene quien le interprete música sinfónica.
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