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Me agarro a las ocurrencias de Marco Tulio Cicerón para escribir y proclamar que «todas las almas son inmortales, pero la de los justos y ... los héroes son divinas», como las de los millares de jóvenes españoles que perdieron la vida hace cien años en el norte de África. No sé si alguien les rendirá los honores que merecen cuando la memoria desemboque en el océano de los centenarios, siempre recurrentes para abrazar recuerdos. Quizás alguna autoridad militar, o quizás civil, porque aquellos jóvenes también eran hijos del pueblo, del reemplazo y de una pobreza que no pudo comprar el privilegio del soldado de cuota.
Qué larga y cruel fue la lista de fallecidos del Desastre de Annual, entre ellos el teniente coronel Fernando Álvarez Corral y el popular y querido oficial Juan Cordero Arronte, ambos de Cantabria, que perdieron la vida en Monte Arruit. Fue el principio de una ofensiva enemiga que llegaría a las puertas de Melilla. Meses después, a partir del 9 de septiembre de 1921, se enviaron a aquella guerra soldados de reemplazo del Regimiento Valencia de Santander que por ferrocarril partieron envueltos de emoción, lágrimas, pañuelos agitados, voces de vivas al regimiento y bendiciones del obispo de la diócesis. Al mando de la expedición iba el teniente coronel Diego Ordóñez y el capitán Juan Ramírez.
Veinte días después, los soldados del Regimiento Valencia escribieron con sangre parte de nuestra historia. El objetivo era socorrer el acoso del sitio de Tizza, un caserío estratégico ubicado a unos doce kilómetros de Melilla. Los moros se habían hecho fuertes en el monte Gurugú y ocupaban las crestas y los barrancos impidiendo el paso a las tropas españolas.
El día 26 de aquel septiembre fue imposible llevar el convoy de víveres a Tizza, pero el comandante general José de Cavalcanti lo intentaría de nuevo el día 29 poniéndose al frente de dos columnas, una mandada por el coronel Sirvent, con la misión de ocupar casas y poblados a fin de permitir el paso del convoy, y la otra al mando del general Tuero, en la que participaba el batallón cántabro del Regimiento Valencia, que tenía el cometido de desalojar a unos 5.000 harqueños situados en las alturas del monte. Antes de ponerse en marcha las columnas, las baterías y cañones bombardearon los barrancos en los que estaba parapetado el enemigo que dejó pasar a la vanguardia del grupo, pero al llegar el grueso de la columna atacaron y dispersaron al convoy. La reacción del general Calvacanti, al ver la difícil situación de las tropas, fue providencial. Se lanzó al ataque al galope de su caballo bajo un fuego cruzado. La tercera compañía del Batallón Valencia, al mando del capitán Ramírez, fue la primera que siguió al general Cavalcanti con carga de bayoneta.
Sobran palabras para describir el horror del combate y el valor de unos jóvenes veinteañeros que dejaron su vida en aquel ataque, con mención para los soldados Julio Arce Alonso y Plácido Martín que fueron heridos, pero continuaron en la línea de fuego, o el sargento Andrés Alonso que, con fusiles recogidos de los heridos, paseó entre las balas con pasmosa serenidad para elegir un emplazamiento seguro y estratégico para sus soldados. Muchos más fueron los nombres heroicos montañeses que lograron el objetivo de llevar los víveres a Tizza, como Carlos Pérez Herrera, César Pérez, Quintín Algorri, Alberto García Lago, Gabriel de la Puente...
El teniente coronel Ordóñez se lanzó al asalto al frente de la tropa dando vivas, y a pesar de que fue herido permaneció en su puesto para no impresionar a sus soldados. Al rato le sustituyó el comandante Marín que repitió los vivas entre proyectiles que le rozaron y agujerearon su guerrera, resultando milagrosamente herido leve. No tuvieron tanta suerte otros muchos soldados que regaron de sangre la batalla para entrar en Tizza escoltando el convoy ante la delirante alegría de los defensores del sitio.
Murieron aquel día en el campo de batalla, o bien horas o días después por causa de las heridas que allí sufrieron, los cántabros Juan Güemes Mirones, Bernabé Miguel Barbero, Lorenzo Aguado Rasilla, Juan de la Puente Torana, Venancio Cos Capdevilla, Augusto Martínez Gómez, Jacinto Ramos Malmiesca, Constantino A. Fernández, Valeriano Martínez Garrido, Valentín Montes Martín, José Fernández Rodríguez, Juan Muñoz Salicio, Jesús Lastra San Miguel, Emilio Fernández Puente, José Navarro Pomera, David Criado Domingo, Remigio Gancedo Rivas, Ángel Martín García, José G. Gutiérrez, Manuel Estrada Galván, Lorenzo Lainz Díaz, Antonio G. Arahaya y Modesto González Zabala.
En estos tiempos de víctimas y memorias inventadas, espero que las malas relaciones con Marruecos no sean obstáculo para mostrar a nuestros héroes con el arrojo e intrepidez que ellos derrocharon en el combate, y no para esconderlos.
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