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La memoria existe, siempre es pasado y por tanto historia. El paso del tiempo ha diezmado, casi aniquilado, a quienes fueron protagonistas del seis de ... junio del año 1944. El día D de la operación denominada Overlord, que supuso el desembarco en las playas de Normandía de más de cien mil soldados británicos, norteamericanos y de otros países aliados. En esa fecha, el mundo supo que la amenaza de la dictadura nacional socialista de Hitler iniciaba el camino de su derrota. Tras la debacle de Stalingrado, en el invierno de 1942-1943, el ejército alemán parecía aun capaz de resistir, pero aquel seis de junio de 1944 los aliados dieron el golpe definitivo. De inmediato el ejército de la URSS, con Stalin al mando, desató una tormenta devastadora en el frente del Este. Hitler se enfrentó a lo que más temía: la repetición de lo ocurrido en la I Guerra Mundial, en la que Alemania debió luchar en dos frentes.
Tal día como hoy, hace setenta y ocho años, más de cien mil soldados navegaban en la mayor flota jamás vista desde el sur de Gran Bretaña hacia las playas del norte de Francia. Merced al valor de aquellos hombres, Europa recuperó la libertad y la democracia y por esa razón no solo no debemos olvidar lo sucedido, sino rendir homenaje a quienes dejaron sus vidas para liberar Europa de la dictadura criminal nazi.
Los hechos deben recordarse. Sin maniqueísmos, sin sesgo, tal y como ocurrieron. No se debe olvidar que la chispa que prendió la catástrofe en Europa saltó por el pacto entre la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin, en septiembre del año 1939, recién concluida la guerra civil española. Stalin y Hitler decidieron aliarse y repartirse Polonia. Al recibir la respuesta de Francia y Gran Bretaña de apoyar a los polacos, el ejército de Hitler invadió Francia con la ayuda de la quinta columna comunista gala. Los comunistas colaboraron en la desmovilización en Francia y mantuvieron, hasta el ataque germano a Rusia en 1941, que la invasión de Hitler no era una causa contra la que el proletariado debería luchar.
Cinco años después del inicio de una guerra de dimensiones globales, el desembarco de las tropas aliadas en Francia supuso el golpe final contra una nación que parecía invencible. El apoyo de los Estados Unidos fue decisivo y extraordinariamente generoso. Para Norteamérica el enemigo a batir no era Alemania e Italia, sino Japón. Tras el ataque a Pearl Harbor y la invasión de Filipinas y Malasia, la amenaza para el pueblo norteamericano estaba en el océano Pacífico. Pese a esa circunstancia, el gobierno de los EE UU tomó la decisión de priorizar el frente europeo y tanto los soldados como la industria de los EE UU combatieron en dos frentes logrando la victoria en ambos.
El recuerdo de la más sangrienta de las guerras de las que se tiene constancia sirve para traer al presente los horrores de una confrontación que siempre debe evitarse. También la constatación de que, en ocasiones, el diálogo, la cesión y el apaciguamiento son herramientas que deben utilizarse solo hasta que se constate que no es posible alcanzar un acuerdo digno. La rendición, sin siquiera iniciar el combate, es una solución para evitar la guerra... pero supone la pérdida de los valores humanos y coloca a quienes decidieron entregarse, en la posición de rehenes, sin derechos ni dignidad.
Aun hoy resulta difícil entender hasta qué punto, el pueblo alemán, culto y con un alto nivel de bien estar, fue capaz de seguir a un dictador sanguinario. Un ejemplo claro del daño que puede producir una política populista, una lección que no debería olvidarse. Tampoco se debe perder la referencia de una Europa fratricida, que por dos veces, se sumió en una guerra intestina. Los políticos populistas ofrecen soluciones mágicas, milagros y trampantojos que turban la mente de quienes eliminan el esfuerzo y el trabajo como herramientas para mejorar la vida. Frente a los paraísos predicados por Hitler y Stalin, en Gran Bretaña, Winston Churchill afirmaba que llegaban tiempos de sangre, sudor y lágrimas. Dos formas contrapuestas de ejercer la política.
El populismo encuentra acogida entre quienes esperan que los problemas se solucionen sin necesidad de aportar esfuerzo y sacrificio. Con esas soluciones simples a problemas complejos se llega al fracaso y, tras él, a la desesperación y la ausencia de fe. De las ideas que alentaron una guerra, que escribió una página decisiva el 6 de junio de 1944, debemos aprender para el presente.
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Ana del Castillo
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