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En la retórica de nuestro día a día deberíamos tener presente una máxima: una polarización intensa debilita la democracia. En democracias sanas, los grupos opuestos se consideran adversarios políticos con los que competir y, en ocasiones, negociar. Sin embargo, en las democracias profundamente polarizadas los ... oponentes políticos se ven como un enemigo al que se debe vencer, siendo esta una retórica palpable en el lenguaje de muchos de nuestros políticos a ambos lados del espectro ideológico.
Ante esto, Przeworski adelantaba la complejidad de identificar con claridad las crisis de la democracia, puesto que en ocasiones el proceso de deterioro no implica necesariamente violaciones de la constitucionalidad. Sin embargo, un atributo de la democracia resulta perjudicado en ese proceso, ya que una característica de las democracias es la resolución de conflictos pacíficamente a través de sus instituciones. Dichas instituciones estructuran, absorben y regulan los conflictos de acuerdo con reglas.
En base a esto, hemos de advertir que las señales no siempre son ni suelen ser estridentes. Por el contrario, el peligro consiste en la posibilidad de un deterioro gradual y subrepticio de la democracia con la intensificación de la polarización política, la erosión de los partidos de centro y la incursión de los extremos, además de un claro ataque al entramado de las instituciones que consolidan el sistema democrático.
De esta manera se constata que, cuando los líderes políticos tachan a sus oponentes de inmorales o corruptos, crean dos bandos en la sociedad: 'nosotros' y 'ellos'; lo que los politólogos y los psicólogos denominan 'grupos propios' y 'grupos ajenos'.
Esto supone una dinámica tribal, cada bando ve al otro grupo, el 'grupo ajeno', con una creciente desconfianza, sesgo y enemistad. Crece la percepción de que «si ellos ganan, yo pierdo». Cada bando ve al otro grupo político y sus partidarios como una amenaza para la nación o su forma de vida, en caso de que llegara al poder.
En un contexto de polarización extrema, las personas se sienten distanciadas respecto del 'otro' bando y sospechan de él. Al mismo tiempo, se sienten leales y confiadas respecto a su propio bando, sin analizar sus sesgos ni la base objetiva de su información. Por lo tanto, son receptivos a la retórica de los líderes políticos que pretenden generar votos a partir del miedo al 'otro'. Pese a que es un fenómeno común, identificado hace tiempo por la psicología social, se ha agravado todavía más en la era actual, y sin que, sorprendentemente, sea claramente percibido por la ciudadanía.
Si, ante esta retórica de resentimiento y las tácticas que pretenden excluir al perdedor, la oposición responde con un lenguaje político agresivo y demonizador similar, se arriesga a consolidar un ciclo que conduzca a un atrincheramiento en la política de polarización. Los líderes polarizadores aprenden que explotar los temores y ansiedades de sus partidarios les servirá para ganar las elecciones, de modo que alientan ese razonamiento inducido.
Evitar que se intensifique la división y desconfianza que parece asolar nuestras sociedades es responsabilidad tanto de los que dicen llamarse líderes políticos como de nosotros, los ciudadanos.
Los ciudadanos debemos protegernos a nosotros mismos y a nuestra democracia si somos conscientes de los mecanismos políticos y psicológicos que utilizan para polarizarnos. Los líderes políticos deben ser conscientes de que sus palabras y acciones pueden incrementar, evitar o reducir la polarización y que somos conscientes de ello.
La polarización ideológica en España está generado una preocupación por sus efectos negativos. Esta alta polarización política hace muy difícil que los políticos alcancen acuerdos y compromisos, lo que desencadena importantes efectos perniciosos. Uno de ellos es el riesgo de parálisis institucional, es decir, la dificultad para sacar adelante leyes y políticas públicas, lo que se traduce en síntomas muy variados, como se ha podido apreciar en la política española de los últimos años. Por ejemplo, la necesidad de tener que prorrogar los Presupuestos.
Un experimento realizado en EE.UU. revela que en muchos distritos electorales, una mayoría de ciudadanos estaría dispuesta a apoyar candidatos con los que se identifican aun cuando estos vulneren claramente algunos principios democráticos, si con ello se logra que el adversario político no gane las elecciones. Afortunadamente en España no se han alcanzado niveles tan elevados de polarización como en EE.UU., pero sí que los votantes leales de los partidos han comenzado a asumir que 'todo vale' frente al adversario, al que se le responsabiliza de todos los males del país.
Aún estamos a tiempo, realicemos un ejercicio de autocrítica, porque en democracia 'no todo vale', nunca será un terreno de vencedores ni vencidos sino en la que todos perderemos.
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