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Nuestra realidad se aproxima cada vez más a lo que podría definirse como una democracia puramente formal, caracterizada por un sistema representativo donde los partidos ... ocupan las instituciones en función de los resultados electorales. Sin embargo, el poder no es ejercido directamente por el 'pueblo', sino que pasa por partidos políticos inmersos en una economía de mercado centrada en el beneficio económico, no en el bienestar social. Esto ha llevado a un creciente desencanto ciudadano hacia la política, alimentado por la sensación de que los partidos no responden a las necesidades reales de la sociedad.
El ejercicio de la soberanía popular debería reflejarse en las elecciones, pero el aumento de la abstención, visto particularmente en los últimos comicios europeos, indica una falta de representación sentida por una parte importante de la población. En España, la normalización del incumplimiento sin consecuencias de los programas electorales refuerza esta desconfianza. Los ciudadanos perciben que los problemas urgentes de la sociedad no forman parte de las prioridades políticas, lo que alimenta el escepticismo hacia el compromiso real de los representantes.
A esta crisis de confianza se suma el papel ambivalente de los medios de comunicación masiva que, como 'cuarto poder', enfrentan el reto de diferenciar información de desinformación. En una sociedad consumista guiada por la publicidad y las redes sociales, que crean necesidades artificiales, los ciudadanos son socializados en función de los bienes que poseen. Este entorno mercantilizado moldea no solo hábitos, sino también la identidad de las personas.
Este contexto favorece el nuevo surgimiento del idiotés de la Grecia clásica, el ciudadano que se desentiende de los asuntos públicos para concentrarse exclusivamente en sus intereses privados. Daniel Innerarity lo describe como una amenaza a la cohesión democrática y la participación activa en la construcción de lo público. Superar esta dinámica implica recuperar el concepto de bien común como eje central de la política y la vida ciudadana. Sin embargo, este esfuerzo no debe recaer solo en los políticos; los ciudadanos también tienen la responsabilidad de involucrarse activamente en las decisiones colectivas.
Uno de los mayores desafíos actuales para la democracia es la polarización, que rompe los puentes entre ciudadanos y fomenta discursos incendiarios que debilitan la democracia. Aunque esta polarización puede ofrecer un sentido de pertenencia efímero, como advierte Simon Kuper, también fragmenta el tejido social, dividiendo a las personas en 'tribus' que erosionan la cohesión colectiva.
La ideologización de los conflictos agrava esta situación. Rose Hill señala que el pensamiento ideológico empobrece la imaginación, niega la pluralidad y destruye los espacios de interacción. Esto socava los pilares fundamentales de la democracia, como el respeto mutuo y la moderación en el uso del poder. En lugar de construir consensos, muchos partidos políticos se centran en el espectáculo, debilitando la confianza en las instituciones y dejando a la democracia vulnerable frente a la polarización.
Fortalecer estos pilares requiere un esfuerzo colectivo. Los ciudadanos deben rechazar la política del enfrentamiento y apostar por espacios de diálogo que permitan reconstruir el tejido democrático. Como afirmaba Hannah Arendt, la libertad reside en la capacidad de comenzar de nuevo, y esta sólo es posible asumiendo nuestra responsabilidad como actores políticos.
El Congreso, idealmente el espacio donde se materializan las aspiraciones democráticas, se ha transformado con frecuencia en un escenario de espectáculo político. En lugar de debatir propuestas reales, los partidos priorizan estrategias de comunicación simplistas dirigidas a una ciudadanía muchas veces carente de formación política sólida. Esta debilidad facilita la manipulación y alimenta el populismo.
Ante esta realidad, una ciudadanía bien informada y críticamente formada es esencial. Los ciudadanos deben exigir transparencia y rendición de cuentas a sus representantes. La democracia, lejos de ser un sistema perfecto, es un proyecto en constante construcción que requiere la implicación de todos para enfrentar los desafíos presentes y construir un futuro más justo.
En este sentido, asumir nuestro rol como ciudadanos responsables y participar activamente en los asuntos públicos es el único camino para fortalecer la democracia, superar sus limitaciones y garantizar que continúe siendo un sistema que representa y sirve a la sociedad en su conjunto.
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Ana del Castillo
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