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Siempre enfrentamos el dilema de qué nos deparará el mañana, pero nuestra labor no debe centrarse en predecir el futuro, sino en proyectar los posibles ... escenarios y entender cuáles son los motores decisivos para nuestro desarrollo como comunidad y país. En este contexto, España se enfrenta a una realidad de claroscuros que exige reflexión y acción. En el lado positivo, España es la cuarta economía europea y la decimoquinta a nivel mundial en términos absolutos. Según el último Informe sobre el Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, ocupa la posición 23 de un conjunto de 185 países, con un índice de desarrollo humano de 0,885, frente al 0,955 de Noruega, líder del ranking. Este dato refleja una mejora respecto al año 2000, cuando España alcanzó un índice de 0,847, o incluso al 2007, justo antes de la crisis financiera global, cuando el índice fue de 0,874.
Sin embargo, no todo son luces. La deuda pública española, que se sitúa en el 107,7 % del PIB, está entre las más altas del mundo. Además, la tasa de desempleo sigue siendo una de las más elevadas a nivel internacional, un problema estructural que afecta especialmente a los jóvenes. En términos de desarrollo humano, España presenta avances y retos. Mientras la esperanza de vida es de las más altas del mundo y el sistema sanitario destaca por su eficiencia, el panorama educativo no ofrece resultados tan positivos. Aunque el número de años de escolarización es elevado, la calidad educativa y su impacto en la empleabilidad siguen siendo cuestiones pendientes. España es el segundo país de la Unión Europea con mayor abandono escolar, y los resultados en matemáticas y lenguas extranjeras son mediocres. Además, muchos jóvenes altamente cualificados se ven obligados a emigrar por falta de oportunidades laborales en su país.
Este déficit educativo y laboral ha lastrado la competitividad de la economía española, posicionándola en un nivel intermedio en el panorama internacional. España no puede competir de igual a igual con las economías más avanzadas tecnológicamente ni con los países que se destacan por bajos costes laborales. Solo algunos sectores, como las energías renovables, la automoción, las grandes obras públicas, la biotecnología y los productos farmacéuticos, han logrado una posición destacada. Sin embargo, estos no constituyen el grueso de la actividad productiva nacional. Como señaló el economista Joseph Schumpeter, la innovación radical es el motor principal del desarrollo económico. Este proceso de destrucción creativa, en el que nuevas tecnologías y modelos de negocio reemplazan a los antiguos, impulsa el crecimiento sostenido de las economías modernas. Existe evidencia empírica que conecta la innovación con el incremento del comercio exterior, un factor clave para la productividad y el desarrollo económico.
En este aspecto, aunque España no ocupa una posición destacada en innovación dentro de Europa, ha logrado avances importantes en los últimos años. A pesar de que los indicadores tradicionales, como las patentes o el gasto en I+D, reflejan una posición modesta, muchas empresas españolas innovan continuamente en productos y procesos. Ejemplos como Zara o Mercadona ilustran cómo la innovación puede ser efectiva incluso sin una fuerte representación en términos de patentes. Durante la última crisis económica, la debilidad de la demanda interna llevó a las empresas españolas a buscar oportunidades en los mercados internacionales. Este impulso ha posicionado a España como un actor relevante en el comercio exterior, siendo uno de los pocos países europeos con una balanza por cuenta corriente positiva, junto con Alemania. Este logro representa un cambio significativo en la estructura económica del país y refuerza la importancia de las exportaciones como motor de crecimiento.
El incremento del comercio exterior no solo mejora la productividad, sino que también asegura un crecimiento más sostenido. De hecho, las proyecciones indican que España podría convertirse en la única economía grande de Europa que aumente su participación en las exportaciones globales en los próximos años. De cara a las próximas dos décadas, España debe apostar decididamente por la innovación y el comercio exterior como ejes estratégicos para su desarrollo. La capacidad de transformar las sombras en luces dependerá de cómo se aborden los retos educativos, laborales y de competitividad que todavía lastran su economía. Es fundamental entender que la innovación no es un lujo, sino una necesidad para mantenerse competitivo en un mundo en constante transformación. Al mismo tiempo, el comercio exterior debe consolidarse como un pilar que refuerce la economía nacional, garantizando su sostenibilidad y capacidad de adaptación a los cambios globales.
Solo a través de una estrategia coherente que priorice la educación, la inversión en I+D, la sostenibilidad y el impulso exportador, España podrá proyectar un futuro más próspero y superar los obstáculos que hoy entorpecen su progreso. Innovar o morir no es solo un lema, sino una hoja de ruta para asegurar un lugar destacado en el panorama global. Con esta mentalidad, el país puede no solo consolidar su posición en el contexto internacional, sino también garantizar una mejor calidad de vida para sus ciudadanos, alineándose con las economías más avanzadas y enfrentando los retos del siglo XXI con ambición y visión.
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Ana del Castillo
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