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Reflexionar sobre la caída del Imperio Romano, a menudo asociada a su decadencia, nos lleva inevitablemente a uno de los debates más intensos y estudiados en la historia, pues este evento es considerado por algunos como uno de los mayores enigmas históricos. Si tenemos en ... cuenta que la realidad es que la ruina del Imperio Romano ha perdurado como un paradigma del agotamiento y muerte de las civilizaciones, y ha sido interpretada como un presagio del fin de la civilización occidental, nos hará entender el por qué en los últimos años ha crecido el interés por este problema histórico.
Es probable que este interés se deba al hecho de que nuestra civilización contemporánea muestra, según algunos expertos, rasgos comunes con la Roma de los siglos III y IV, un periodo también marcado por un periodo de transición, en el que se han derivado diversas teorías en relación al devenir de su caída, que han oscilado entre dos extremos: los que lo ven como una larga transformación debido a fenómenos internos, y los que lo interpretan como un colapso repentino causado por factores externos.
Aquí radica la cuestión central. Ya en 1959, Ludwig von Mises señaló en su obra 'Economic Policy: Thoughts for Today and Tomorrow' que el intervencionismo estatal y la inflación, rasgos cada vez más presentes en nuestro tiempo, fueron los que destruyeron el sistema económico del Imperio Romano. El imperio simplemente cayó en bancarrota, incapaz de pagar a su ejército, lo que provocó un malestar generalizado en la población.
No podemos ignorar por ello que lo que destruyó esta antigua civilización tiene paralelismos preocupantes con los peligros que hoy amenazan a la nuestra: por un lado, el intervencionismo a través del control de precios y la devaluación de la moneda, y por otro, la inflación. Además, existen teorías que sugieren que esta decadencia coincidió, a su vez, con cuestiones climáticas, que redujeron la oferta de alimentos en las ciudades y obligaron a sus habitantes a regresar al campo y retomar la vida agrícola. Son demasiadas coincidencias como para pasarlas por alto.
Por otro lado, y profundizando aún más, existen evidencias arqueológicas que muestran una clara decadencia en los modos de vida occidentales, lo que lleva a concluir que no fue una simple transformación, sino una decadencia a gran escala que bien podría describirse como «el fin de una civilización», tal como afirma Ward-Perkins, lo que provoca que incluso algunos vean aún más similitudes entre aquella época y la que vivimos hoy.
Vista la realidad actual no es difícil comprender que estamos ante un cambio de orden mundial, en la que se está produciendo una lucha encarnizada por la dominación y el desconocimiento. Si no actuamos, podríamos encontrarnos en un mundo que se convierta en un entorno hostil para nosotros mismos. La situación geopolítica actual refleja un aumento de los conflictos, resultado de los graves desequilibrios que existen en nuestras sociedades, manifestados en la destrucción de la clase media, la desigualdad, el fanatismo, el racismo y los proteccionismos.
A pesar de las similitudes con la decadencia del Imperio Romano, afortunadamente, existe una diferencia fundamental: hoy tenemos el privilegio de confrontar estos desafíos mientras asistimos al posible nacimiento de una nueva civilización, cuyo pilar será la tecnología y su desarrollo.
Agentes sociales, administraciones, políticos, educadores e instituciones como la que represento compartimos hoy la responsabilidad de frenar esta decadencia a través del desarrollo de políticas y programas que fomenten su impulso, dotando de herramientas a la población para que puedan sumarse a esta nueva civilización, en la que la tecnología jugará un papel determinante y les dote de una mayor autonomía en la toma de decisiones.
Esto nos convertirá en los verdaderos protagonistas de esta transición y, por tanto, tendremos la capacidad de decidir cómo queremos que sea esta nueva civilización. Que hablemos de un renacimiento o de una decadencia a gran escala dependerá de nuestra inteligencia y prudencia. No lo olvidemos.
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