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En cada proceso electoral, el ciudadano se enfrenta a la responsabilidad de elegir, y de elegir bien, entre la pléyade de candidatos que se le meten en casa a cualquier hora a través de la televisión y de la radio y que tratan de convencerle ... de que son la pócima mágica que cura todos sus males. Y, cada día que pasa y la fecha de las urnas se acerca, el futuro votante va deshojando la margarita apartando con cada pétalo al candidato que no le interesa, al que no le convence, al que cree que le miente o, sencillamente, al que no le gusta, sea cual sea la causa.
En la campaña para las generales que se nos presenta, el elector se ha encontrado con que tiene en su mano una margarita tan escasa que casi parece un trébol. Y es que, la desaparición de Ciudadanos, la caída al vacío de Izquierda Unida, la caída en desgracia de Podemos y la esfumación de otras formaciones minúsculas y con poco arraigo, han dejado la flor muy reducida, casi famélica.
Y, mirando las encuestas, el ciudadano observa al PSOE de Sánchez, otrora ganador, que parece que se desinfla y no se sabe si sube o si baja, como si fuera gallego. Y al PP de Feijóo, que sí es gallego, acreditado como un partido al alza. Y al Sumar de Yolanda recogiendo como el coche escoba el sobrante que se descuelga por la izquierda del Partido Socialista. Y al Vox de Abascal luchando nervioso contra la idea del voto útil de la derecha. Un sinvivir.
Y, frente al espectáculo circense de cada día, el salto y la cabriola de unos y de otros, el ciudadano va diciendo para sus adentros: «¿me quiere? ¿no me quiere? ¿me quiere? ¿no me quiere?» mientras arranca el pétalo que desecha con la esperanza de quedarse al final con quien le prometa amor eterno a cambio de su voto.
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