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Participaba, como tantas otras veces, de una charla distendida en la Sala de Togas con un grupo de colegas mientras esperaba la llamada para el comienzo de mi Vista Judicial, cuando de pronto di un respingo, a nuestro lado un joven compañero, que parecía absorto ... en la lectura de la prensa, voceó: «¿Habéis visto las listas? Las mujeres estaréis contentas, menudos figurines de gimnasio presentan estos partidos, no vais a saber con quien quedaros». No pude reprimirme: «¿Tú hubieras votado a Cicciolina?». El pobrecillo me miró confundido, por su expresión no tenía ni idea de a quién me refería, probablemente ni siquiera había nacido cuando la actriz porno fue elegida, a finales de los pasados ochenta, diputada del Parlamento italiano... ¿con los votos de los hombres?
Vinieron a mi mente Clara Campoamor y Victoria Kent, y rememoré el acalorado debate que mantuvieron ambas, hace casi un siglo, en aquel Parlamento republicano de 1931; la primera, diputada por el Partido Radical, defendiendo el sufragio femenino; la segunda, diputada por la coalición Republicano-Socialista, oponiéndose a la propuesta por considerar a la mujer fácilmente influenciable por terceros, especialmente por la Iglesia y por los hombres de su entorno, lo que, afirmaba, favorecería el imperio de la ideología conservadora. A pesar de haber sido traicionada por alguno de sus correligionarios, Clara se llevó el gato al agua al contar con el apoyo de muchos diputados socialistas del partido de Victoria que, rompiendo la disciplina de voto, consideraron con acierto que todos los seres humanos, hombres o mujeres, mayores de edad, deben tener el mismo derecho.
A lo largo de la historia ha sido recurrente estimar a la mujer un ser más emocional que racional, incluso por algunas mujeres ilustradas, como se observa en la postura de Victoria Kent, que, a pesar de su enorme altura intelectual, consideró a sus congéneres menos instruidas que ella, indignas para decidir, sin reparar que en su época había un sinnúmero de hombres sin cualificar a quienes nadie osó cuestionar ese derecho.
Señoras/es aspirantes, un siglo después de Clara Campoamor, expongan simplemente sus ideas y comprobarán que serán aceptadas o rechazadas por similar número de hombres y mujeres, porque la lógica es sólo cuestión de seso.
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