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El lamentable comportamiento de ciertos padres en las competiciones deportivas en las que participan sus hijos ha obligado a que federaciones como la de fútbol, por ejemplo, en colaboración con la consejería de Deportes del Gobierno regional, tengan que difundir en los recintos carteles ... de lona como el que vi la semana pasada y fotografié para citar textualmente en el presente artículo lo que indicaba: «No a la violencia en el fútbol. Papá/mamá. Queremos jugar con estas normas. No me grites. No grites al entrenador. Respeta al árbitro. No pierdas la calma. No menosprecies a mis compañeros. Ríe y diviértete viéndome jugar. Los rivales son niños como yo. Piensa que siempre lo haré lo mejor que pueda. Con tu apoyo seré feliz».
Es tremendo que haya que mostrar en un cartel algo así, ¿verdad? Tremendo, pero desgraciadamente muy necesario para dedicárselo a quienes por pura lógica deberían ser las primeras personas en dar ejemplo a los niños. No cabe duda de que la desquiciada sociedad actual no está como está por azar. No. Está porque, salta a la vista, un amplio segmento de quienes la habitamos transita por ella sin freno. Si un padre o una madre son capaces de montar un lío en un campo de fútbol por cualquiera de las cuestiones que implícitamente quedan claras tras leer el texto en cuestión, qué se puede esperar de ellos cuando tengan que adoptar decisiones importantes en sus vidas. ¿Cómo razonarán para solucionarlas? El cartel aludido es un acierto, un auténtico espejo para que -¡ojalá que así sea!- muchos lo contemplen y aprendan a ejercitar la existencia basándola en el respeto y el sentido común, el menos común de los sentidos.
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