La Casa de Albo en Santoña

Tenemos varios ejemplos de este tipo en Santoña, como es el Fuerte de San Martín y su Batería Alta y el Fuerte del Mazo; todos ellos restaurados, a veces sin un criterio coherente, y en una parte a golpe de subvenciones, pero hoy están cerrados o sin un uso concreto. Por no hablar de la inexistente dotación presupuestaria que permita mantener funcionando y abiertos al público estos espacios.

Por estas razones, es fácil imaginar la indignación de muchos santoñeses que ven cómo se gasta el dinero en la rehabilitación de nuestro patrimonio para después mantenerlo cerrado o sin un uso claro y eficaz. No es extraño entonces que los enemigos del patrimonio clamen jubilosos a los cuatro vientos por la destrucción del mismo. Hay que recordar que en Santoña se ha destruido más del 80% de nuestro patrimonio construido.

Pero además, lo que se pretende hacer con este edificio no deja de ser un cajón de sastre y un juego de trileros, pues se justifica la subvención y los presupuestos municipales, que finalmente superarán el millón de euros, con el socorrido comodín del uso museístico. Y aquí es donde encontramos un juego de trileros, pues a poco que conozcamos el edificio veremos que no reúne condiciones para ser el Museo del Mar y las Conservas de Santoña, por mucho que el edificio tenga su valor histórico, que no dudamos, pues fue la casa de un heredero del fundador de Conservas Albo, y casa de acogida de personajes como el aviador Charles A. Lindbergh, el Cardenal Herrera Oria o el Nuncio de S.S el Cardenal Cicognani, pero su distribución espacial no favorece en nada su uso como espacio museístico, a no ser que destruyamos el uso original de los espacios interior de esa vivienda familiar.

Justificar una subvención con estos antecedentes históricos y en ese espacio es no saber lo que es un museo y cuál es el espacio indicado en el que poder situarlo. La Casa de Albo no deja de ser una casa de estilo vasco francés tardío, y por si fuera poco, un claro ejemplo de aculturación en el centro de la villa, por lo que no es un edificio representativo del uso emblemático que se le pretende dar, por estar muy alejado estética, funcional y emocionalmente de los trabajadores y trabajadoras del mar y las conservas.

Además su espacio compartido no permite realizar un museo que pueda reunir la importante Historia del Mar y las Conservas de Santoña, pues además se pretende complementar el museo con una pinacoteca municipal, la oficina de turismo y una sala de estudios.

Un batiburrillo que demuestra una vez más la poca sensatez de nuestros dirigentes públicos, aunque eso sí, este juego de cartas nos deja sin la posibilidad de reivindicar la Venta Vieja como espacio para el Museo del Mar y las Conservas de Santoña, que dicho sea de paso, es el verdadero y único espacio simbólico que nos queda y que sí reúne todas las condiciones para ser la digna memoria de la actividad marítimo pesquera y conservera de Santoña. Con todos estos interesados recreos, no es extraño imaginar qué futuro tienen reservado los propietarios y las autoridades municipales para nuestra Venta Vieja.