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Para hacernos una idea de la descomunal dimensión de la crisis del coronavirus baste decir que ocupa de forma invasiva todas las secciones de todos los medios de comunicación. Es internacional, nacional, local, política, economía, sociedad, cultura, ¡deporte!, por supuesto opinión y televisión. Eso por ... no hablar de las redes o de los grupos de Whatsapp, con un tráfico constante de información compartida e imágenes. La crisis es total y la imagen de nuestros más que vecinos italianos, con sus ciudades turísticas eternamente atestadas y hoy desiertas, sobrecoge por lo que informa de la situación de Italia y por lo que avisa de lo que puede ocurrir aquí más pronto que tarde.
Pocos países hay en el mundo con una cultura tan arraigada de vivir en la calle, en los bares, en las terrazas, en el bullicio como España; es casi una religión compartida por todos en todas nuestras ciudades. Ver la ciudad de Madrid casi desierta con el metro y los autobuses medio vacíos, con jóvenes con mascarillas y maletas que salen en estampida de la ciudad, en todas direcciones, nos habla de las dimensiones del destrozo y también del riesgo de difundir el virus por toda España. Hay un video que la gente recibe y difunde, en el que varios médicos y enfermeros, todos jóvenes, nos piden que nos quedemos en casa, que les ayudemos no saliendo a la calle.
Esta crisis nos interpela en dos direcciones, una en tratar de no echar la culpa airadamente a alguien como forma urgente de encontrar consuelo; otra, en la evidencia de que son nuestros comportamientos individuales los que más pueden contribuir a la solución colectiva para la que nos dicen que falta tiempo aunque llegará, véase China.
Esa sensación de esto no va conmigo, o no pienso cambiar mis hábitos, contrasta abiertamente con certezas que informan de la gravedad del problema: suspensión de los partidos de fútbol, unidad de medida universal en España de la gravedad de los problemas; suspensión de fiestas sonadas, las Fallas como ejemplo; la Feria del Libro de Madrid trasladada de mayo a octubre, la casi segura supresión de la Semana Santa en toda España. La cosa está mal, creo que es la situación más grave vivida en España desde que recuperamos las libertades en 1977. Algunos expertos sostienen la vigencia de la frase bíblica: «lo que tengas que hacer, hazlo pronto», y proponen una clausura del país en los próximos quince días que serían así el comienzo del periodo de las jornadas que faltan para la recuperación. Parece duro, pero será más sano que estar a medio gas y alargar indefinidamente el final de la crisis. Mientras tanto, en casa y a leer.
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