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La Casa de Salud Valdecilla (1928) fue construida por pabellones extendidos en superficie, como era la arquitectura que primaba en su época. Se siguió el modelo que en España estaba representado por el Hospital Militar de Madrid en Carabanchel (1895), el Santo Hospital Civil de ... Basurto (1908), y el Hospital de la Santa Cruz y San Pablo de Barcelona (1918). El objetivo de estas pequeñas ciudades sanitarias era preferentemente tener separadas ciertas patologías, en especial las infecciosas, los trastornos mentales, maternidad o infancia o simplemente razón del sexo. Los pabellones de Valdecilla fueron identificados por un número, de tal forma que algunos pasaron al acervo popular como aquel de «¡estás para llevarte al 20!», que acogía a los dementes. El hospital de Basurto bautizó sus pabellones con el nombre de los donantes económicos, mientras que San Pablo los señaló con nombres de santos.
La Casa de Salud Valdecilla prestó servicio durante cuarenta y dos años a los cántabros. Prácticamente la totalidad de los santanderinos han pasado, o hemos pasado, por el hospital. Allí se han vivido momentos de incertidumbre, alegría y dolor.
Cuando fueron derruidas en 1970 las dos filas de pabellones situados más al norte, desapareció la parte más noble, si cabe, del conjunto histórico: una pequeña fachada construida, en piedra de sillería, del Pabellón Central. La edificación de tres alturas tenía abajo tres arcos de entrada con puertas de cristal plomado, una balconada corrida, al cual daban acceso dos puertas en la segunda planta, un escudo labrado de Santander y un reloj circular encima, embellecido con una campana. En la fachada, el nombre de Casa de Salud Valdecilla con letras mayúsculas en relieve. Por esta edificación se entraba a un hall, decorado con azulejos de Talavera, donde te recibía, como anfitrión, el busto esculpido en piedra del marqués de Valdecilla, obra de Victorio Macho. Ha pasado medio siglo sin que tuviésemos conocimiento de qué fue de aquellas piedras, que previamente al desmonte fueron numeradas, pensando que alguna vez podrían volver a armarse.
Sí sabíamos que el reloj se regaló al Ayuntamiento de Polientes, capital de Valderredible, como detalle de gratitud por los camiones de patatas que traían anualmente al hospital con destino a los enfermos de beneficencia. Se dijo que las piedras las llevaron a la isla de Pedrosa, junto a la ría de Solía, pero no conocemos el lugar exacto y la búsqueda siempre fue infructuosa. Se achaca el no encontrarlas al propio peso de las piedras sobre la marisma o que al ir con pleamar las cubría el agua. Recientemente nos informaron de un oculto cúmulo de piedras, al parecer de sillería, en terreno estatal, no vallado, al alcance de cualquiera, en la zona de Parayas. Fuimos a verlas y efectivamente corresponden a la fachada del antiguo pabellón principal. Es muy posible que buena parte de ellas hayan desaparecido.
Las piedras, durante este último medio siglo, han estado abandonadas a su suerte con el deterioro natural del paso del tiempo y sometidas al expolio. Solo han estado protegidas por su propio peso y por las malezas y zarzas. Hemos podido comprobar en algunas de ellas el número correspondiente tintado con la plantilla que se hizo previa al desmonte, lo cual Ángel Trujillano y Luis Burgada documentaron fotográficamente.
El único objeto de estas líneas es sugerir a los garantes de nuestro patrimonio, la identificación, clasificación y protección de las mismas, y estudiar la posibilidad de reconstruir esta fachada total o parcialmente, como un trampantojo, en el entorno del espléndido hospital. Si la falta de piezas hiciese inviable su reconstrucción integral, bien pueden colocarse esas piedras a manera de una artística estructura lítica en la explanada que nace entre los nuevos edificios y la parada del autobús de Valdecilla, hoy de insulsa apariencia. Una lápida conmemorativa, tallada en piedra, recordaría la procedencia del monumento. La ciudad de Berlín, destruida prácticamente en su totalidad en la guerra, atesora este tipo de recuerdos. Se trata pues de recuperar algo del patrimonio de la Casa de Salud, heredado gracias al altruismo de Ramón Pelayo e incorporarlo a las magníficas torres, de cara a su próximo centenario. E igual podría decirse de lo que fue la Casa de Maternidad y Jardín de la Infancia, en el Alta, que con todo su contenido desaparecieron en 1970. Edificios que fueron costeados por la marquesa de Pelayo, sobrina del marqués. Solo se salvó un primoroso conjunto escultórico dedicado a la maternidad, obra de Benlliure y que hoy, afortunadamente, está en los jardines frente a la playa de La Concha.
Es conocido el poco interés museístico por el que nos caracterizamos los españoles, muy lejos de otros países, más cultos, que conservan y coleccionan hasta cosas que nos pueden parecer insignificantes. El coleccionismo guarda testimonios de tiempos pasados, de la pequeña historia ya familiar o de un país. Y es perfectamente compatible con las más modernas tecnologías.
Solamente con haber conservado, con rigor selectivo, algunos de los instrumentos, aparatos, documentación gráfica o recuerdos etc. de lo que fue la Casa de Salud, Valdecilla tendría ahora un museo médico de referencia internacional. Visítese el Pabellón-Museo del actual y vanguardista Hospital Gómez Ulla en Madrid o San Pablo en Barcelona o el de la Real Academia Nacional de Medicina, cuyo destino final será en la antigua Facultad de Medicina de San Carlos, en Atocha.
Cuando pronto se celebre el centenario de la fundación de la Casa de Salud habrá que reconocer que de la señera fachada no quedó ni una piedra, si bien aclarando que los pabellones supervivientes han sido rehechos de acuerdo a los planos originales. Y el mismo destino, y efímera vida, corrió el edificio de doce plantas, con su helipuerto y el bi-bloque construido en 1970, y que fue conocido como Centro Médico Nacional Marqués de Valdecilla, desaparecido hasta en sus cimientos. O mirando atrás, el edificio de la antigua Diputación Provincial en Puertochico. ¿Dónde estarán también sus cuatro altas columnas, balconada y la fachada con el escudo de España y Cantabria, también en sillería? Esperemos que silentes, en algún almacén. Hoy comprobamos que es más fácil tirar que construir, romper que crear. Al ver aquellas piedras de la original Casa de Salud Valdecilla, allí, amontonadas en la marisma no pude menos que recordar la estrofa del poemario español de Rodrigo Caro:
«Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora,
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa...».
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