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Estaba hace unos días viendo un programa de esos de compilación y resúmenes de la tele de los años setenta, ochenta y noventa, y según iban pasando imágenes me venían a las mientes cómo reaccionaría el personal de finales del 2023. Cualquier tiempo pasado no ... fue mejor, pero sí muy diferente. En pocos años, apenas unas décadas, –que en historia resulta un tiempo insignificante–, hemos pasado de reírnos con los chistes de Arévalo, a la ofensa por todo y por muchos, muchísimos. Juzgar el pasado desde el presente en tan complicado como fácil y simplón. Pero cuando ese pasado es tan reciente, la cosa se enfanga. «¡Cómo hemos cambiado!» dice la canción de Presuntos Implicados. Y tanto.
Hoy en día el pobre de Arévalo sería, y en buena medida lo es, vilipendiado y acusado de casi todo: machista, misógino, xenófobo, odiador profesional, asesino de Kennedy... Quien pretenda escuchar sus casetes con chistes de gangosos, maridos infieles, mariquitas o payos y gitanos, tendrá que acudir al mercado negro y esperar en la parte oscura del polígono a que un tipo con chándal y haciéndose el despistado te pase bajo manga el producto. Al estilo de la abuela cuando te daba la paga a hurtadillas para que no se enterara tu padre.
Yo me reí, lo confieso, y no poco, con los chistes de Arévalo. Cinta para adelante y rebobinado con Bic. Muchos Seiscientos, Simca o Seat Panda fueron testigos del delito. Escuchando una canción de esa misma época, tú mismo te das cuenta de que ahora sería políticamente incorrecta y casi imposible de radiar. Ofendería a tantos colectivos que el autor o grupo tendrían que acampar en el juzgado por la avalancha de demandas.
No se pueden poner paños calientes ante la apología del acoso, odio, feminicidio, etc. Está claro. Pero el sentido común nos debiera de hacer ver la diferencia entre el delito, la ofensa, el humor y, sobremanera, la época. Cambiar actualmente letras de canciones creadas hace treinta o más años porque no se ajustan a nuestro modelo actual, es como censurar al príncipe de 'La Bella Durmiente' por besarla sin su consentimiento o derribar la parte del Partenón construida con mano esclava. Es decir, casi toda.
Ante la policía del humor se hace complicado una animada charla informal con el personal. Es evidente que hay cierto humor que caduca, mientras que otro es eterno. Pero ni todo el campo es orégano y vale todo, ni se puede ir por la vida siempre con el freno de mano echado. Y ahí aparece la autocensura. Así que a partir de ahora me cuidaré muy mucho de «no vender la piel del oso antes de cazarlo» o de «matar dos pájaros de un tiro», porque nunca he tenido buena puntería para casi nada y además soy más de prismáticos que de Winchester.
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