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Peor que la ira es la indiferencia, fría como un témpano, más irritante que la disputa, más hiriente que la hendidura de una alabarda. La ... indiferencia se instala en quienes se muestran impasibles, por ejemplo, ante el gozo o el dolor, porque les importa nada esa disparidad. La indiferencia es el óbito de cualquier debate, el desinterés ante lo irremediable; la peor sanción. No es un pecado, sino un castigo, aunque, a veces, se puede convertir en soberbia superioridad. En definitiva, una salida que utiliza el ciudadano como contestación ante la maquinaria del poder. El desdén parece haberse instalado en nuestra sociedad, aunque no sé si por insensibilidad o por agotamiento. Algunos casos: Hace varias semanas, el matadero municipal fue cerrado por serios problemas estructurales, algo que debería haber alertado y preocupado a los consumidores; al fin y al cabo, es el de la segunda ciudad de Cantabria. La situación debería haber propiciado, cuando menos, que el responsable municipal pusiera su cargo a disposición del alcalde. Por su parte, éste insistió, en plena alarma sanitaria, en hacer un desfile carnavalesco -el estúpido Halloween-, e irresponsablemente lo sostuvo, aún cuando el Presidente ya alertaba de la segunda ola pandémica; solo 'in extremis' decidió suspenderlo 24 horas después de que, ante la grave situación, se decretase el cierre perimetral de Cantabria.
Con similar desinterés la ciudad convive con un maxi banco cuya instalación -en uno de los peores momentos de la calidad de vida de los vecinos- ha suscitado poco más que cuatro comentarios; quizás por ello no hubo inauguración con foto de los caporales esquilados en el icónico cíclope, ése que debería contribuir a la transformación de Torrelavega. Similar abulia ante los 'El Dorado' -que, como la quimérica Ciudad del Cine, o el renacimiento de los zanjones en Reocín- se presenta con la irrupción de un futuro millonario sobre los despojos de Sniace traído de la mano del inmarcesible Blas Mezquita. Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? ¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?
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Ana del Castillo
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