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El resultado de las últimas elecciones catalanas, tan amargo y desolador, deja una lección muy evidente que debería ser bien aprendida por los perdedores; me refiero naturalmente a los dos partidos del centroderecha, los que aspiran a gobernar de nuevo España desde la moderación ... y la defensa del régimen de 1978. Y esa lección es que en la política española, ahora y aquí, ya no se puede ser tibio, no se puede contemporizar. El señor Casado y la señora Arrimadas deben darse cuenta de que eso de querer conquistar el centro, eso de querer contentar a tirios y a troyanos, no trae réditos electorales. Conduce directamente al desastre.
El tiempo de las transacciones ya ha quedado atrás. El régimen del 78 se edificó sobre un gran acuerdo de cesiones mutuas entre la derecha y la izquierda, entre el centralismo y las autonomías, pero ese acuerdo dejó de funcionar el día en que la izquierda y los nacionalismos empezaron a no ceder más en nada y a quererlo todo. Van a por todas, sí, y por todos los medios. Eso lo sabemos desde la época de Zapatero y, sin embargo, el centro derecha no se ha enterado aún, porque la oposición que ejercen es plana, superficial, de salón. Parece que protestan y gritan mucho, pero su discurso carece de meollo y de profundidad. Carece de autoridad y de fuerza. Hablan muy poco más que de economía. No terminan de entender que los temas económicos son prácticamente irrelevantes para el electorado español.
El votante hispano está harto de políticos débiles, chirles, contemporizadores. Y ello no rige sólo para la franja derecha. También para la izquierda. ¿Por qué se impuso Pedro Sánchez en 2017 a sus rivales de partido, a aquel conjunto de socialistas más sensatos y ponderados que lo habían descabalgado unos meses antes de la secretaría general? Porque fue más radical que ellos, más duro y rompedor. El votante hispano quiere líderes así, intransigentes, firmes, porque está cansado de componendas, de corrección política, de urbanidad inane.
Cuando aparece una figura o un partido nuevo que parece alejarse de esa inanidad, que llama a las cosas por su nombre, que enciende la ilusión del pueblo porque aspira a cambiar realmente el país, se le tilda de populista. Y con esa etiqueta, o con la de fascista (si viene de la franja derecha), se pretende anularlo, recluirlo en el manicomio de la política, como si toda democracia no fuera puro populismo, apelación al corazón del pueblo; como si no hubiera populistas buenos, honrados, realistas, y populistas malos, utópicos, necios, embaucadores.
Dije antes que la izquierda y el separatismo en España llevan ya un tiempo sin hacer cesión en nada. Llevan un tiempo sin engañar. Sabemos lo que quieren: un pensamiento único para una República fracturada en siete naciones. Insisto: no engañan ni regatean, y negociar para ellos sólo significa imponer. Sánchez, Iglesias, Junqueras, Otegui, nada tienen que ver con aquel González, aquel Carrillo, aquel Tarradellas o aquel Garaicoechea que dialogaban con Suárez y Fraga en 1979 en el logro de una Monarquía plural pero válida para todos Y, sin embargo, nuestro Rajoy, nuestro Casado y nuestra Arrimadas no se han enterado aún. Se diría que se creen los Suárez de hoy. Pero hoy Adolfo Suárez no tendría nada que hacer frente a estos rivales: sería barrido, humillado, aniquilado. No, España no necesita hoy un Suárez. España necesita una figura nueva que arrastre al pueblo español por su coherencia y valentía, que llame al pan, pan, y al vino, vino, que diga basta al largo rosario de cesiones sin contrapartida que el Estado viene haciendo desde 1978.
Ciertamente, el ascenso imparable del separatismo catalán está minando cada vez más a España. Pero ¿por qué no aprender alguna cosa de él? ¿Por qué no tomar nota de que con coherencia, atrevimiento y una imagen de firmeza y lealtad a sus principios se puede ganar más y más el voto de la gente?
El PP y Ciudadanos puede seguir pensando que, al desmarcarse del radicalismo de Vox, van a captar todo el electorado moderado de España una vez que se canse de los errores del actual PSOE; pero, aparte de que cuando ello ocurra será sin duda demasiado tarde, la lección que deben aprender urgentemente tras el 14-F es que esa gran parte del pueblo español que no quiere más gobierno tripartito lo que está pidiendo a gritos es una oposición ardiente y radical. Ya el Evangelio dice que a los tibios los vomitará Dios. Y en la política española, a los tibios los mandará al infierno. Y a toda nuestra nación con ellos.
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