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Un grupo numeroso, una turba, de partidarios de Donald Trump interrumpió la ceremonia protocolaria de ratificación de las elecciones presidenciales norteamericanas en las dos Cámaras del Congreso para impedir que se consumara el proceso legítimo de relevo en la Presidencia tras la victoria de ... Joe Biden, confirmada por los resultados, los recuentos posteriores, los tribunales estatales y el Tribunal Supremo. Cuatro muertos, 52 detenidos, 14 policías heridos, 534 legisladores evacuados de sus escaños, al igual que el vicepresidente Mike Pence, toque de queda en Washington, efectivos de la Guardia Nacional, conmoción internacional. Y tan solo una leve llamada a respetar la ley y el orden del todavía presidente de Estados Unidos, cuando unos energúmenos, disfrazado de bisonte uno de ellos, ya se habían sentado en la silla del presidente del Senado de la democracia más antigua del mundo. «¡Hasta cuando, Catilina!, vas a seguir abusando de nuestra paciencia», le dijo Cicerón al senador conspirador en aquel discurso memorable ante el Senado de Roma.
¡Hasta cuando!, podrían exclamar ahora los americanos, va a seguir Donald Trump abusando de la paciencia constitucional de nuestras instituciones democráticas. Después de haber sembrado la incertidumbre antes de las elecciones presidenciales, el desconcierto después de ellas y haber tensado la cuerda de la polarización hasta los límites de la desobediencia civil y el uso de la fuerza. Después de alimentar la división y deslegitimar un proceso refrendado por todos los mecanismos electorales y judiciales. Luego de haber deteriorado la imagen de la democracia de Estados Unidos a nivel internacional. Hasta el límite de que Facebook y Twitter, sus canales habituales para esparcir sin filtro la demagogia entre las llagas de la democracia, hayan bloqueado la cuenta del presidente por instigación a la violencia.
Me recordaba Enrique Bolado que Hanna Arendt en 'Los orígenes del totalitarismo' aseguraba que el sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi ni el comunista convencido, sino las personas para quienes la distinción entre hechos y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, los estándares del pensamiento), han dejado de existir. La democracia norteamericana no ha devenido ni transitado hacia ningún régimen totalitario. La inmensa mayoría de los ciudadanos y la fortaleza de sus instituciones lo ha impedido en este momento y en otros del pasado. Pero los instigadores, intelectuales, alborotadores, modernos 'hackers', conspiradores y presidentes que han agitado a los violentos lo han hecho siguiendo los manuales del fascismo y el comunismo, adaptado en nuestro tiempo a ese nebuloso movimiento de la nueva política que llamamos populismo. Ahora ha tenido lugar en Washington. Pero antes había ocurrido, de manera semejante, en otros lugares constitucionales, libres e igualitarios ya fueran territorio americano o español, europeo o global.
¡Hasta cuando!, podemos preguntarnos los demócratas de tantos países, este rampante populismo de derechas y de izquierdas piensa seguir abusando de la paciencia de las instituciones y de la mentira para debilitar las libertades, vaciar y alterar el orden constitucional, cuestionar la legitimidad, desobedecer las leyes o seguir conspirando. En los Estados Unidos la polarización provocada por el trumpismo y otros extremismos radicales ha desembocado en un asalto popular del Congreso. En una fractura cada vez más profunda de la sociedad que lamentablemente no nos resulta ajena porque las ceremonias de debilitamiento democrático, de la Constitución, la Corona, los Parlamentos, la Justicia y las instituciones, están presentes en nuestro país, y en otros europeos y latinoamericanos, desde hace algunos años. Un proyecto político deconstructor que conmueve, preocupa y alarma a las sociedades libres del siglo XXI, y frente al cual no hay ninguna otra posibilidad de respuesta que no sea el fortalecimiento de la democracia liberal y la decapitación política de las estructuras de pensamiento falsario y demagógico que han puesto los cuernos de una cabeza de bisonte sobre las libertades ciudadanas. ¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres!
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