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La noticia sobre un nuevo estudio, que aspira a mostrar el documentado origen de la lengua castellana en la alta Edad Media de Liébana, trae a la opinión pública el recuerdo de otras pretensiones, como la que fijaba en Valderredible la fuente de nuestra ... lengua. Naturalmente, en La Rioja tienen sus Glosas Emilianenses, y el monasterio de Valpuesta da lugar a reivindicaciones de burgaleses y alaveses (ya que el lugar, burgalés, está rodeado de localidades de un valle alavés occidental). En León le han dado vueltas a un documento sobre quesos, redactado por un despensero y que incluye expresiones romances (si castellanas u otras, se debate con calor ocasional).
De todo esto diremos el «vaya usted a saber». Las lenguas evolucionan con ritmos diversos según circunstancias de todo tipo, y en principio en la comunicación oral, que hace mil y pico años era la hegemónica porque muy pocos sabían leer y escribir. Cuando va aflorando a la escritura, es porque ha estado ya circulando mucho por la sociedad. Pero esto no nos da muchos detalles, y después de todo en tantos siglos podría haberse perdido, en guerras, accidentes o expolios, algún documento interesante para reconstruir esta realidad compleja. Los idiomas no suelen nacer como los terneros que me pasan por mensajería desde la misma Liébana (las fotos, no los terneros, pues aún no se ha descubierto cómo adjuntarlos por WhatsApp, están en ello).
Cantabria hizo mucho ruido cuando pensó que la cuna valluca del castellano reforzaba la propaganda (entonces con más medida política que académica) del proyecto del siglo, el centro de estudios del español en Comillas. Con nuestra proverbial frivolidad oficial, y algún que otro aprovechamiento turístico, hubimos de envidar el resto al Monasterio de San Millán de la Cogolla, como si tuviéramos tres sotas en una mano de flor. Pero no las teníamos, y esto es como jugar en Polanco a la flor con manillas, donde todo el mundo suma muchos puntos y hay que tener tiento con los envites si no se quiere pagar la ronda.
El francés Charles Péguy ironizaba asegurando que escribir la historia antigua es imposible por falta de documentos y que escribir la moderna lo es por demasía documental. El origen del castellano, difícil de determinar por la sequía documental, a veces parece paradójicamente inundado por nuevas fuentes medievales que nos harían buscar un bote de salvamento. La cosa posee su morbo, pues un idioma en crecimiento global parece algo grande, y proclamarse raíz suya daría motivos de publicidad y orgullo. Aunque no se sepa bien cómo denominarlo (ya Amado Alonso hace mucho tiempo exploró las coloraciones afectivas y recelos políticos de llamarlo 'español', 'castellano' o 'idioma nacional', tanto en América como en las regiones españolas).
Todo lo que destaque a Cantabria como proto-Castilla resulta perturbador para el diferencialismo cántabro (y para el vasco o el riojano en la misma situación, e incluso para el regionalismo castellano puramente de meseta), porque, si Castilla solo fue una Cantabria expandida y evolucionada, que otorgó hasta su lengua romance al ente político que se encaminaba hacia el sur, eso rompe el relato de madre/hija que justifica, junto con la filiación, la autonomía respectiva. Por eso en su día uno de los más entusiastas receptores de la bendición regional cántabra a la teoría valluca de Kaplan era un portavoz de los partidarios de integrar a Cantabria en Castilla (AICC).
Por otro lado, estamos como Péguy sin documentos del cántabro o cosa que se le parezca. Y si el castellano no surgió (también) por aquí, habría que interpretar que nació en la meseta y luego se fue imponiendo en la costa a no sabemos qué otras cosas preexistentes (y ágrafas); no en toda ella, porque el romance leonés llegaría a la mitad occidental, y a Liébana por descontado. Creo que, después del estudio del profesor Villegas, de la Escuela de Caminos, sobre cómo las actuales vías de comunicación cántabras siguen itinerarios en ocasiones muy antiguos, podríamos estar infravalorando la milenaria movilidad e intercomunicación entre 'arriba' y 'abajo' por puertos y colladas.
Pero el posible uso político de tales investigaciones de historia de las lenguas parece a menudo más trascendente que la cuestión científica en sí misma. Como aquel francés que espetó al archivero: «Esta es mi teoría, dadme los documentos que la demuestran». Pareció en algunos momentos mediáticos que ser cuna del castellano daba derecho a ser tálamo imperial del español. Cazando el pasado y el futuro, se escapó el presente, ese jabalí escurridizo y poco colaborativo.
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