Cazar motoristas

El resto de la escena se lo pueden imaginar, con la encantadora señora -seguro que con sus nietos es adorable- enseñándome el dedo corazón en forma de peineta y presuponiendo a mi madre un oficio de reputación más que dudosa.

Pero quiso el destino, o más bien la programación de los semáforos, que unos metros más adelante nos detuviéramos a la misma altura. Y mientras la señora me gritaba, fuera de sí, que iba a llamar a la policía, lo único más o menos coherente que pude entenderle es que a ver si no había visto que llevaba medio minuto con el intermitente dado.

De poco sirvió explicarle que, aunque creyera tener toda la prioridad del mundo, si pasa me manda al hospital, o peor. Pero claro, cuando uno cree que tiene razón, qué poco nos importa la vida de los demás. Y seguro que aquella mujer, en cuanto suelta el volante, es una ciudadana ejemplar, respetuosa y plagada de buenos sentimientos. Eso sí, conduciendo... mejor no cruzarse en su camino.

Ojalá la DGT fuera capaz de hacer entender a algunos conductores -por fortuna, son minoría- que las vidas de los motoristas valen tanto como el medio segundo que pierden evitando una colisión. Incluso, aunque tuvieran razón.